Ahora que el “Palacio Celestial”, la estación espacial china, ha caído a la Tierra, pulverizada por la atmósfera, China está lista para ir más allá: a la Luna. El próximo año espera conquistar su cara oscura, la que da la espalda a la tierra. Luego, mirando al espacio, pretenden orbitar una nueva estación espacial, el reemplazo de la internacional que pronto llegará al final de su carrera. Y, por último, si todo va como debe, llevando a uno de sus “taikonautas” (del tai kong, espacio) a pisar el suelo lunar.
Un gran salto a las estrellas que el presidente eterno Xi Jinping solo puede soñar. Porque esa frontera mide el gran paso tecnológico (y militar) de China hacia los Estados Unidos. Último paso, dado que su primer satélite lo lanzó en 1970, un año después del paseo histórico de Neil Armstrong y Aldrin.
Un pequeño paso cada vez es la estrategia china. El primero debería llegar a fin de año, el lanzamiento del cuarto satélite bautizado en honor a la Diosa de la Luna, Chang’e. Lo primero que se debe hacer es posibilitar las comunicaciones. Pekín lanzará un repetidor que se colocará más allá de la Luna, rebotando señales de radio desde su lado oscuro hacia la Tierra. En ese momento, será posible enviar dos «rovers», dos robots, capaces de descender al hemisferio desconocido del satélite y tomar muestras de tierra para traer a casa. Una primera vez para el programa espacial chino.
Y si los dos lanzamientos lunares van bien, China podrá enviar su nueva estación espacial a orbitar. La última aventura será un cohete a Luna, poco después de 2030.
Pero Trump ciertamente no puede aceptar que, desaparecidos casi todos los cosmonautas rusos, son los taikonautas chinos los que superarán a América, por lo que ha pedido a la la NASA, con o sin Elon Musk, que reactive la carrera a la Luna.
D.L.