Declarados de interés histórico-artístico en 1931, los jardines del Campo del Moro ocupan unas veinte hectáreas de superficie frente a la fachada occidental del Palacio Real y de su conservación y mantenimiento se ocupa Patrimonio Nacional, que tiene encomendada la gestión de los jardines históricos que estuvieron en manos de la Corona Española.
Su diseño y configuración actual data de finales del siglo XIX, en tiempos de la regencia de la reina María Cristina, que encargó el proyecto al jardinero catalán Ramón Oliva y su uso ha sido siempre privativo para los reyes de España hasta 1978, cuando el rey Juan Carlos I lo abrió al público.
Desde entonces, personas llegadas de todo el mundo pueden pasear por estos jardines que albergan 6.132 árboles, seis de ellos catalogados como singulares por la Comunidad de Madrid por sus características paisajísticas e históricas.
Escenario de películas y lugar de esparcimiento de la realeza, el Campo del Moro guarda anécdotas como aquella en que, con motivo de la celebración de la onomástica del rey Juan Carlos I, el personal de mantenimiento tuvo que emplear un sistema de anclaje ideado por un técnico norteamericano para subir las ramas de algunos árboles que caían sobre las mesas de la recepción y no tener que cortarlas.
De esos árboles, y del resto de las plantas y animales que pueblan el Campo del Moro, se ocupa un equipo de nueve personas ayudados por personal externo y alumnos de la escuela taller del jardín, además de personal especializado que colabora en labores «puntuales» como la poda o la fumigación.
Ángel Muñoz Rodríguez es jefe de servicio de Jardines y Montes de Patrimonio Nacional y el responsable del equipo de ingenieros, especialistas y jardineros que trabajan en el Campo del Moro y en las 550 hectáreas de superficie ajardinada que gestiona Patrimonio Nacional en España.
«Somos el organismo que más superficie de jardinería histórica gestiona en nuestro país y uno de los que más en Europa», ha indicado este ingeniero y ha recordado que además del Campo del Moro, Patrimonio se encarga de los jardines de los palacios de la Granja, Aranjuez, El Pardo o El Escorial, además de 20.000 hectáreas de superficie forestal.
Un trabajo que puede llegar a ocupar en «épocas punta» a unas 400 personas, entre fijos y externos, pero que en el caso del Campo del Moro apenas alcanza el medio centenar en los períodos de más trabajo debido a su superficie (20 hectáreas frente a las 118 que tiene el parque de El Retiro).
El Campo del Moro alberga seis árboles singulares que, según ha comentado Ángel Muñoz, reciben cuidados especiales por su antigüedad y su valor, entre ellos un roble de 200 años, el más longevo del jardín, que está situado junto a la fuente de Las Conchas.
También son destacables los cedros, los setos de boj, de durillo en la Rosaleda de las espléndidas praderas de Vistas de Sol, un pino carrasco y un tejo catalogado, sin olvidar las dos secuoyas que regaló el expresidente norteamericano Bill Clinton al rey Juan Carlos I.
El trato que reciben todas las plantas de este jardín histórico no impide que en ocasiones, y debido a las vicisitudes del clima o a algún otro agente externo, algún árbol haya sufrido alguna caída de ramas.
«Aunque nuestros cuidados están encaminados a minimizar al máximo los riesgos, sobre todo para los visitantes, los trabajadores y los bienes, no podemos luchar contra la naturaleza y a veces nos vemos obligados de tomar medidas extremas y en el menor de los casos, a sacrificar algún árbol, lo que para nosotros es un verdadero disgusto», argumenta Muñoz.
Como todos los jardines, el Campo del Moro no se escapa de las temidas “visitas” de las plagas de insectos como la procesionaria del pino, la cochinilla del boj o la cameraria del castaño de indias, además de los ácaros y los hongos cada vez más habituales debido a la contaminación y al cambio climático.
En los últimos años Patrimonio Nacional ha tratado de reducir al máximo posible el uso de los plaguicidas sin perder calidad estética, y desde hace 14 años está empleando en los jardines «técnicas de control alternativas” (control biológico) que han conseguido reducir casi en un 90 % el uso de productos químicos de síntesis, según ha explicado Ángel Muñoz.
También se están utilizando más abonos orgánicos y menos inorgánicos para, a su vez, preservar la avifauna de este espacio, donde no es raro toparse con algún pavo real o alguna ardilla, aunque éstas últimas estén «emigrando» a la cercana Casa de Campo “donde tienen más espacio y menos contaminación sonora y ambiental”, comenta el ingeniero.
En cuanto a las flores que decoran el Campo del Moro, se adquieren por concurso público en viveros externos porque, argumenta, «resultan más baratas y permiten dedicar el personal que se ocupaba antes de los semilleros a labores de mantenimiento».
Añade que los jardines se riegan con agua potable ya que el agua reciclada podría «contaminar” algunas zonas y que el consumo aproximado es de 100.000 metros cúbicos al año, pero se intenta reducir un 30 % con menos superficie “encespedada” y más tapizantes que requieren menos riego.
Más del 40 % de la superficie del Campo del Moro se siega con robots y entre ellos destacan 4 teledirigidos “que sorprenden a los visitantes porque parecen cucarachas» comenta el ingeniero.
Y añade que actualmente los jardines están abiertos al público, pero durante el confinamiento permanecieron cerrados con servicios esenciales, lo que no impidió que hubiera “una proliferación brutal” de vegetación y de algunas “malas hierbas” debido a las lluvias de primavera.
Paloma San Segundo