Este estudio cerró una línea de investigación iniciada por el Centro de Estudios Sexológicos (Cesex) en 2001, explica en una entrevista a EFE su fundador y director hasta su reciente jubilación, Manuel Mas, que es catedrático de Fisiología y profesor emérito de la Universidad de La Laguna.
Es una línea de investigación que surgió tras constatar en el centro científico que, a finales del siglo XX, el apoyo a las personas transexuales no estaba cubierto por la sanidad pública, lo que las abocaba a automedicarse con hormonas compradas por su cuenta y riesgo y con los consiguientes peligros para la salud.
En ese contexto establecieron en el Hospital Universitario de Canarias una consulta específica para personas transexuales donde eran evaluadas por psicólogos, andrólogos y ginecólogos para prescribir el tratamiento hormonal adecuado, y con las consiguientes analíticas de control, hasta que el Servicio Canario de la Salud finalmente se hizo cargo de estas prestaciones.
Mientras, explica Manuel Mas, la investigadora del Cesex Carmen Alonso decidió realizar su tesis doctoral -dirigida por el catedrático de Fisiología- bajo la hipótesis de si la actividad de los andrógenos durante el desarrollo fetal puede influir en la transexualidad y, más concretamente, en la de varón-mujer, que es tres veces más frecuente que la de mujer-hombre.
«¿Podía ser que en el caso de los transexuales femeninos hubiese algún problema con el receptor de andrógenos que hubiese influido en su identidad sexual?», se preguntaron los investigadores.
Dado que las causas de la transexualidad se desconocen, pues no se encuentran alteraciones en el patrón cromosómico, en la morfología o función de las gónadas, de los genitales ni en los niveles circulantes de esteroides sexuales, se estableció como objetivo general contrastar la hipótesis que propone que los transexuales femeninos podrían haber sufrido una menor impregnación androgénica prenatal.
De la importancia del receptor de andrógenos en el desarrollo fisiológico masculino da idea el que, en el caso más extremo, cuando no funciona en absoluto por un fallo genético produce el síndrome de Morris: una persona con apariencia e identidad perfectamente femeninas que en realidad tiene testículos ocultos y el cromosoma Y.
En las formas más leves, puede producir problemas de infertilidad en los varones por defectos en el funcionamiento del receptor.
Para el estudio se seleccionó una amplia muestra de varones y mujeres heterosexuales y a unas 70 personas transexuales femeninas, y se evaluó el receptor androgénico en sangre, además de varios parámetros antropométricos.
Estos incluían la relación de longitud de los dedos de la mano, concretamente el cociente 2D:4D (índice:anular), que es generalmente menor en los varones que en las mujeres. El grupo de transexuales femeninos presentaba valores intermedios.
Como dicha relación se cree que refleja la exposición a andrógenos durante el periodo fetal, el siguiente paso fue estudiar si ello podía reflejar la actividad del receptor de andrógenos.
El receptor de andrógenos es una proteína bastante compleja con polimorfismos que incluyen una serie de repeticiones de aminoácidos que condicionan su mayor o menor efectividad.
En el gen que lo codifica hay dos secuencias repetitivas de nucleótidos: CAG y GGN. Una secuencia corta de CAG aumenta los efectos de los andrógenos, y una secuencia más larga reduce su actividad.
Sin embargo, no se hallaron diferencias evidentes en este polimorfismo entre los grupos analizados.
Por el contrario, para el polimorfismo GGN, concretamente el de 23 repeticiones, que se asocia a una mayor actividad de los andrógenos, se halló una frecuencia bastante menor en transexuales femeninas que en varones heterosexuales.
Es innegable la importancia que tienen los andrógenos en la regulación del desarrollo y fisiología masculina, del establecimiento de la identidad de género y de su implicación como mediador de dichas acciones regulando los distintos efectos androgénicos en los tejidos diana, indican los investigadores.
Manuel Mas precisa asimismo que, aunque parece claro que hay una base biológica, ésta por sí misma no explica del todo la transexualidad, en la que pueden intervenir otros factores biológicos o no.
Una conclusión práctica es que si, como parece, “todo viene desde el útero», no tiene sentido intentar cambiar a una persona transexual con tratamientos psicológicos para que no se identifique con el género al que siente pertenecer, puntualiza el fundador de Cesex. EFE
Ana Santana