La carrera por desarrollar una vacuna contra el coronavirus, que implica a centros de investigación, laboratorios, organizaciones e instituciones de numerosos países, ha dado pie a diversos mensajes y declaraciones públicas que advierten sobre el supuesto objetivo oculto de implantar en las vacunas un microchip que manipule a la población mundial con fines políticos y económicos.
Así, mensajes que se han hecho virales en Facebook y Twitter los últimos días alertan sobre la introducción en las futuras vacunas de un chip con nanotecnología de ADN «que puede controlar la actividad cerebral, el sistema nervioso y el sistema endocrino». ¿Con qué objetivo? En líneas generales, garantizar la sumisión de todos los vacunados a un nuevo orden político y económico.
Entre los nombres que los defensores de esta teoría suelen citar como impulsores o cómplices del ambicioso plan de control de la población a través de las vacunas destacan el multimillonario George Soros y, especialmente, el empresario y filántopo Bill Gates, cofundador de Microsoft.
Y las acusaciones no se mueven exclusivamente en el ámbito de las redes sociales. Hace unos días, el presidente de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), José Luis Mendoza, se preguntaba en público: «¿Por qué Bill Gates, Soros, anuncian hace años que se avecinaba el coronavirus? ¿Cómo ha venido esto? ¿Con qué motivo?».
En su intervención tras la ceremonia religiosa celebrada el pasado 13 de junio con motivo de la festividad de San Antonio de Padua, que fue retransmitida por la televisión regional Popular TV Murcia, Mendoza afirmaba: «Quieren también controlarnos cuando se encuentre la vacuna con un chip en cada uno de nosotros, para controlar nuestra libertad. Pero ¿qué se han creído? Esclavos y servidores de Satanás».
DATOS: En realidad, es imposible implantar un microchip en una vacuna. Tecnológicamente sería inviable, pero, aunque no lo hubiera sido, los controles legales y sanitarios nacionales e internacionales lo impedirían casi con total seguridad, según los expertos consultados por EFE.
Desde el punto vista sanitario, introducir un chip en una vacuna es «prácticamente imposible» por los controles sanitarios y legales que debe superar hasta ser administrada a la población, ha explicado a EFE el doctor Amós José García Rojas, jefe de Epidemiología y Prevención de la Dirección General de Salud Pública del Gobierno canario y presidente de la Asociación Española de Vacunología (AEV).
La preparación de una vacuna es «un proceso extremadamente riguroso y complejo», ya que, a diferencia de otros fármacos, su objetivo no es reparar daños, sino prevenirlos, advierte García Rojas, e insiste en que sería prácticamente imposible introducir un dispositivo electrónico «porque las vacunas son supervisadas y controladas por organismos internacionales».
El presidente de la AEV recalca que actualmente hay más de un centenar de estudios clínicos con posibles candidatos a vacunas contra el SARS-CoV-2, el virus responsable de la COVID-19, y cada uno de estos proyectos vacunales, antes de su comercialización, debe ser evaluado en tres fases, la primera de ellas centrada en si puede tener efectos adversos.
«No tiene sentido hablar de las vacunas como un instrumento de control cuando lo que consigues con ellas es evitar que haya más enfermos» advierte además el doctor García Rojas, quien lamenta que se difundan este tipo de mensajes «por el impacto tan negativo que generan en la sociedad».
CUALQUIER EFECTO ADVERSO INVALIDA LA VACUNA
Y la primera fase de evaluación ¿qué supone? Pues «si hay algún efecto secundario no admisible, incluso antes de ponernos a pensar si la vacuna protege o si es eficiente, ya no pasa a la siguiente fase». Así lo explica a EFE la doctora María Montoya, jefa del grupo de Inmunología Viral del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC) y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Inmunología (SEI).
Que una vacuna supere esta «fase I» requiere una evaluación de la autoridad estatal correspondiente, en España la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), y a nivel comunitario la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés), que son las que autorizan los resultados y permiten superar ese filtro.
«No se puede crear una vacuna sin la fiscalización de una autoridad estatal que es vinculante y está respaldada por leyes estatales y europeas; es algo que está penado con cárcel, no se puede hacer», recalca la doctora Montoya, antes de añadir: «Y tanto instituciones públicas como empresas privadas necesitan esa autorización, en un proceso en el que se discute y se examina cada coma».
Producir una vacuna es por tanto un proceso «largo y complejo», que puede llegar a durar hasta una década, si bien la investigadora del CSIC puntualiza que, en el caso de la COVID-19, se está intentando «acortar plazos» gracias a la cooperación internacional entre científicos.
ACORTAR PLAZOS NO RELAJA EL CONTROL SANITARIO
Y ¿puede perjudicar la seguridad esa premura por encontrar una vacuna? Esta experta aclara que en algunos casos puede haber un solapamiento de las fases II (que evalúa su eficacia y la dosis adecuada) y III (centrada en la eficacia y seguridad para las condiciones de uso habituales), pero previamente las vacunas han tenido que probar su seguridad en la fase I.
Lo que ocurre es que en algunas vacunas que se consideran prometedoras se está optando por realizar en paralelo las fases II y III con el objetivo de empezar la fabricación cuando se apruebe la vacuna por completo, aunque sea a costa de asumir el riesgo de perder la inversión si la vacuna no supera finalmente las dos fases.
Por tanto, «el proceso global se ha acortado, pero las fases no, se hacen en paralelo para ganar tiempo», precisa esta investigadora, quien insiste en dejar claro que «hay que cumplir la ley, que tiene muchos requerimientos de seguridad».
Y reflexiona asimismo sobre la teoría conspirativa de los chips: «Contenidos como este nos hacen pensar que tenemos que divulgar más la ciencia, dar a entender a la gente cómo son los procesos científicos y qué requerimientos necesitan».
ES TECNOLÓGICAMENTE INVIABLE
Por último, ¿sería posible idear un dispositivo tan pequeño que pudiera inocularse dentro de una vacuna? A día de hoy, es imposible, según el especialista en tecnología sanitaria Juanjo Tara, cofundador de la empresa DSruptive, que ha creado un implante subcutáneo con tecnología NFC para pagar determinados servicios y controlar algunas constantes sanitarias.
«La unidad mínima de computación, que es un transistor, tiene un tamaño de 7 nanómetros, pero para hacer algo que pueda rastrearte necesitamos miles de transistores juntos; ya sería demasiado grande y necesitaría una antena, sería algo que podrías tocar» explica a EFE este experto. Con ese tamaño, no podría ser inoculado dentro de una vacuna.
Además, en el caso de que se hubiera podido crear un dispositivo de estas características, Tara advierte de que serían necesarios otros elementos, como que fuera «escalable»; es decir, que la inversión necesaria para producirlo en masa fuera rentable, lo cual lo hace «casi imposible». Y, al mismo tiempo, que superara las certificaciones sanitarias, que al menos en la Europa son «muy caras».
«Es inviable técnicamente», concluye el fundador de DSruptive, que fabrica implantes con unas dimensiones de 1,5 milímetros por 2.
Y, «mirando las publicaciones científicas, estamos a años luz de que se puedan crear antenas de este tamaño para las redes 5G», agrega Juanjo Tara, en referencia a la nueva generación de telecomunicaciones que suele aparecer mencionada en este tipo de mensajes virales.
GATES: TAN ESTÚPIDO QUE DESMENTIRLO PARECE DARLE CREDIBILIDAD
En cuanto a Bill Gates, él mismo negó expresamente esta acusación sobre el «chip obligatorio» el pasado 4 de junio, en una teleconferencia con varios medios estadounidenses con motivo de una donación de su fundación a la Alianza Mundial por las Vacunas (GAVI).
«Nunca he estado involucrado con ningún tipo de microchip. Es incluso difícil desmentir estas cosas, porque es tan estúpido y extraño que repetirlo parece que le dé credibilidad», argumentó Gates en declaraciones recogidas por varios medios estadounidenses.
No es la primera vez que el filántropo y empresario cofundador de Microsoft aparece señalado por teorías conspirativas como responsable, inductor, cómplice o beneficiario de oscuras operaciones en relación con el coronavirus.
Así ocurrió ya en enero, cuando se empezó a propagar la epidemia del brote identificado en la ciudad china de Wuhan. Y entre las acusaciones más recientes figura la del cantante Miguel Bosé, quien aseguraba que la fundación de Gates es propietario de una farmacéutica especializada en vacunas fallidas con víctimas alrededor del mundo que habría sido denunciada en India y Kenia.
La realidad es muy distinta: Bosé se refiere a GAVI, que no es una empresa farmacéutica, sino una alianza público-privada para promover la vacunación de la que forman parte dos organizaciones de Naciones Unidas, que no es propiedad de la Fundación Bill & Melinda Gates y con la que además colaboran tanto India como Kenia.
Estrella Digital