miércoles, diciembre 4, 2024
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Correspondencia poética con Erika Mitterer

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En una conferencia portátil escuché a Enrique Vila-Matas decir que él era Erik Satie, como todos. Si algo se le permite a Satie es que se crea quien le dé la gana así que en la carta Estrella he decidido abandonar su apariencia por otra más impetuosa. Mi carta es la tres, soy la Emperatriz y me llamo Erika Mitterer, Rainer Maria Rilke me dedicó una correspondencia en poemas. No quieran ver los míos, son infames. Incluso abstrusos e inefables. He oído que algunas personas escriben poemas con el diccionario. Mi problema es otro: tiendo a convertir las palabras en objetos. Pero no tengo claro si me dedico a esculpir o a escupir la imagen. Lo que se sabe es que Rilke dijo de mí que en ningún lugar estaría segura más que en el peligro.

Así que como tengo más personalidades, seudónimos o alter ego que dedos en una mano he resuelto presentarme ante de acometer el vilipendio de escribir, cuando los hados sean propicios, cartas a mis poetas predilectos. Pretendo ser coherente con mis espasmos y que el primero que venga sea el rumano Max Blecher, pero nada tendría sentido si no hablo del resto. Tengo que decirlo: estamos en otoño y no hay ángeles. Eso por lo pronto. Es intolerable que sea noviembre y que, para hacerlo todo mucho más inquietante, el verbo llover sea impersonal y los conjugaciones en –or no existan. No hablemos ya de la incongruencia de que anegar, también, ¡qué manía!, sea impersonal.

Pueden llamarme onírica pero lo cierto es que, para proteger mi salud mental, nunca recuerdo lo que sueño. Acabo de atravesar una semana de fiebre que me ha devuelto la confianza en algunos de mis sobresaltos más adormecidos. Lo que trato de decir es que quiero vivir con todos mis sentidos. Me mostraré irreducible, como Girondo con las mujeres que no vuelan, con aquellos que no vengan enteros, como en la Oda de algún heterónimo de Pessoa: para ser grande/se entero/se tú en cada cosa que hagas/por eso la luna brilla, porque alta vive.

A Erika no se le da demasiado bien la traducción, ni el portugués, y tiene una memoria pésima, pero es tan líquida como el Tercer Milenio, tiene miedo de la cópula y los espejos porque Borges dijo que reproducen a los hombres, están hechos de ficciones, cree que los realvisceralistas de Bolaño existen realmente. Es más, intuye que son los seres humanos que le hablan, le rodean, le acarician, personas con las que cree que está pensando algo, creándolo. No conozco mucho a Gilles Deleuze pero me encanta eso que dijo: pensar es crear. Hay más. Jaime Sabines advierte de que nadie ha de resignarse, dijo que los amorosos dicen que nadie ha de resignarse, y Bretch, o Benedetti o Hesse recuerdan: En esta vida no hay que aprender a irse ni a quedarse, hay que aprender a resistir.

Resisto porque vivo en peligro y leo mientras camino. Esta mañana en una carta leí el prólogo de Crash de J.G Ballard. Casi me chocó con dos personas y con una farola. Entonces no era Erika, era el torpe de Satie, pero me hubiera merecido un enfrentamiento táctil, o tangible, porque leía que “cada vez es menos necesario que un escritor invente un contenido ficticio. La ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad”. En el Imperio Mitterer los poetas existen y los describe con tino José Manuel Rojo en Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo:

Porque aquí y allá hay algunos hombres y mujeres que no se dan por vencidos, y que resuelven resistir. Han decidido que esa parte de sus vidas que espolea la sed insaciable de infinito es fundamental. (…) No tienen demasiadas esperanzas, no siempre son tan decididos, pero cada pedazo de poesía que arrancan a esta época infame es otro motivo para no desistir por completo. Y no me estoy refiriendo los surrealistas, ni a ninguna elite vanguardista. En realidad me refiero a todos nosotros, a casi todos al menos, porque en el espasmo del amor o en el sobresalto del sueño, ahí empezamos a romper el acondicionamiento, ahí se redescubre lo poético.

En la puerta de nuestro Bestiario se colgará el siguiente poema, y leerlo será la contraseña.

Casa de fieras

Heme aquí soy tu perro de piel a rayas

Y dientes de espadas para morderte, para ladrarte

Heme aquí soy tu serpiente para tentarte

Con la manzana del sol envenenarte

Heme aquí soy tu rinoceronte vestido de payaso

Haciendo malabarismos para que rías

Heme aquí soy tu jirafa. Mayúscula

En el texto del día, léeme A

Heme aquí soy el águila del ocaso

Con mi corazón en el pico encendido como un faro.

(Max Blecher, Cuerpo transparente, Ediciones de la Rosa Cúbica, Barcelona)

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