, la última novela de Eric Frattini, sumerge al lector en un convulso caudal de misterios, intrigas y acción. Sus páginas, inundadas de leyenda, navegan las siempre procelosas aguas del paleocristianismo y los secretos vaticanos, temas que al autor apasionan. Frattini no propone un plácido y romántico viaje en góndola por los canales de Venecia sino una historia, en ocasiones truculenta, que nos enreda, hasta atraparnos, en un laberinto de asesinatos, sectas, pistas, claves secretas y espionajes al más alto nivel, muchos de ellos reales.
Afdera Brooks, la protagonista, hereda de su abuela un antiguo y valioso manuscrito que esconde el evangelio de Judas Iscariote y hace temblar los pilares que sustentan el origen del Cristianismo y el poder mismo del Vaticano. Frattini rema una vez más contracorriente para presentar una trama de ficción que surca las calles de Venecia, sus mitos y sus palacios renacentistas. Un ‘thriller’ de estilo depurado y sugerente que baña al lector desde la primera página y lo embarca, sin rumbo fijo, hacia el puerto del suspense.
Los libros de Frattini, rodeados de un aire cosmopolita, se venden en 16 países, y El laberinto de agua verá la luz los próximos meses en Italia, Portugal, Alemania, Rusia, Bulgaria, Rumanía e Irlanda.
PREGUNTA: ¿Qué pasaría si -como se puede leer en la contraportada- el origen del cristianismo no hubiese sido como nos lo han contado?
RESPUESTA: ¿Qué habría pasado si Judas no hubiese traicionado a Jesucristo. Esa es la gran pregunta que se hace el lector cuando lee El laberinto de agua porque realmente la novela es un juego, un juego de preguntas que se va haciendo el lector a medida que va leyendo los capítulos. Una pregunta básica es qué hubiera pasado si Judas Iscariote no hubiera sido tan malo, qué hubiera pasado si Pedro no hubiera sido ese hombre fiel a Jesucristo, qué hubiera pasado si la escena en el huerto de Getsemaní, cuando detienen a Jesucristo esa noche después de la Última Cena, se nos hubiera contado de forma diferente a como sucedió. Esto es realmente lo que planteo en El laberinto de agua, donde parte es realidad basada en el evangelio de Judas y parte es ficción.
P.: El cardenal Lienart y el padre Emery Mahoney no dejan en buen lugar al Vaticano. Son en El laberinto de agua como el doctor Gang y su gato en El Inspector Gadget…¡malos, muy malos!
R.: Lienart, que tiene una forma de hablar muy refinada, es una mezcla de Darth Vader, de la Guerra de las Galaxias, del doctor Moriarti, el malo de Sherlock Holmes, y de Fu Manchú. Es un malo refinado, un malo muy culto, lo que le hace ser mucho más peligroso que el malo violento, el malo que vemos siempre en las películas, que mata por matar. Es un gran titiritero, uno de esos hombres que saben manejar muy bien los hilos del poder, y él los maneja para el mal.
P.: En su novela hay una crítica velada al ‘inmovilismo’ de la Iglesia…
R.: Soy muy crítico en ese tema. Los católicos leen todavía los evangelios o libros sagrados que dictó Ireneo de Lyon en el año 180 después de Cristo, y desde ese año Iglesia Católica no se ha vuelto a replantear qué libros son convenientes leer o qué libros sería bueno agregar a los que marcó Ireneo de Lyon. Hay evangelios verdaderamente maravillosos sobre la vida de Cristo, como es el propio evangelio de Judas, descubierto hace años. Por ejemplo, el evangelio de María, los evangelios apócrifos, muchos evangelios que son una maravilla… ¿Por qué son menos valiosos que el evangelio de Juan, o de Lucas, o de Mateo, o de Marcos?
P.: El laberinto de agua es, de algún modo, continuación de El quinto mandamiento, que protagonizan también el cardenal Lienart y el Círculo Octogonus…
R.: El laberinto de agua es una secuela de El quinto mandamiento, pero es una historia completamente independiente. Quien quiera leer El laberinto de agua no tiene por qué leerse El quinto mandamiento. El cardenal sigue siendo el eje principal de las dos novelas, y de posiblemente una tercera, que sería el cierre de una trilogía. Lienart en El quinto mandamiento era el prefecto de La Entidad, el servicio secreto vaticano, y en esta novela él es el secretario de Estado, el segundo hombre más poderoso en la Santa Sede. Y es el hilo conductor de las dos novelas y lo será de una tercera.
P.: Afdera Brooks, la protagonista, tiene la misión, encomendada por su abuela en el lecho de muerte, de lavar el nombre de Judas Iscariote, ¿qué revela el manuscrito en torno al que gira la trama?
R.: Esta novela tiene mucho de ficción y mucho de realidad. El evangelio de Judas, que es un manuscrito real que todavía se está restaurando en Suiza y va a terminar sus días en el Museo Copto de El Cairo, tiene mucho de filosofía, casi el 90 por ciento. Luego tiene algún acontecimiento en el que se explica que Judas delató y vendió a Jesucristo por orden del propio Jesucristo porque Jesucristo necesitaba llevar a cabo la Pasión. Digamos que fue uno de los hombres, uno de los apóstoles, más fieles a Jesucristo. Eso dice el evangelio.
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R.: Por eso en el año 180 Ireneo de Lyon escribía contra las herejías y clasificaba al evangelio de Judas como un evangelio hereje. Claro, no es la historia oficial que nos han contado de la Iglesia. El papel de Judas Iscariote es controvertido. Por eso yo, jugando con ese documento que es real, creé otro, que es la carta de Eliézer, en el que juego con la historia de la que se habló algún tiempo sobre que Judas nunca se suicidó después de prender los guardias del templo a Jesucristo en el huerto de Getsemaní, sino que consiguió escapar a Alejandría. Y en Alejandría, siendo un hombre muy anciano, el último que quedaba vivo de los doce apóstoles, le está contando en el lecho de muerte a un discípulo suyo, que se llama Eliézer, la conversación secreta que tuvo con Jesucristo justo antes de la Última Cena. Entonces Eliézer lo escribe las últimas palabras de Judas en un pliego de papiro. Ese documento realmente es la clave de mi novela.
P.: El libro evidencia una ingente labor de documentación, documentación histórica, geográfica y lingüística, ¡No hay más que echar un vistazo a esa carta, que está escrita en arameo siríaco…!
R.: Para redactar la carta me ayudó el gran Antonio Piñero, que es uno de los grandes especialistas en este país en el origen del Cristianismo. Él fue guiándome para conseguir el tono filosófico de los escritos del siglo I. Tardé mes o mes y medio en escribir la carta. Y cuando estuvo corregida por Antonio Piñero, dije: ¡Menos mal!¡al fin he conseguido la maldita carta de Eliézer! Entonces Piñero me dijo: ¡Pero, Eric, piensa que esa carta tiene que estar escrita en arameo siríaco! ¡…y estuve a punto de desechar la idea de la carta! Pero Piñero me remitió a otro amigo suyo, Francisco del Río, experto en lenguas semíticas de la Universidad de Barcelona, para que tradujese la carta al arameo siríaco, que era el lenguaje que se utilizaba en el año I después de Cristo. La carta se escribiría como unos 30 años después de la muerte de Jesucristo. Francisco del Río me la tradujo del castellano al arameo siríaco. Y es un personaje de mi novela, Maximilian Kronauer, quien hace la traducción en la novela.
El libro realmente está muy documentado. Una de las claves, por ejemplo, la encontramos en el respaldo del trono de Pedro; es una esquela funeraria del siglo XIII. El trono de Pedro existe realmente. Dicen que fue el trono que utilizó San Pedro a su paso por Antioquía, de camino hacia Roma. En el respaldo del trono meto otra clave importante de mi novela. Esa clave la escribí en castellano, y le pedí a un amigo mío de Alejandría, que es egipcio, que me la tradujese al árabe, pero él dijo: ¡Eric, no tiene nada que ver el árabe de ahora con el del siglo XIII! Y fue cuando me puse en contacto con Guadalupe Sáiz, que es catedrática en Lenguas Orientales del Mediterráneo en la Universidad de Jaén, para que me tradujese el texto no sólo al árabe sino con los signos y la caligrafía árabe del siglo XIII. Es decir, que la novela está absolutamente documentada. Yo tengo un defecto: soy periodista.
P.: …y has escrito muchos ensayos.
R.: Y he escrito muchos ensayos. La labor de documentación para una novela, yo les diría a los lectores, que ha sido exactamente igual que si yo tuviera que escribir un ensayo…
P.: En la novela hay, desde luego, una simbiosis entre lo real y lo ficticio. Hay un evangelio de Judas, que es real, y una carta de Eliezer inventada. Hay una Venecia real, la de sus calles, sus palacios y sus gentes, y una Venecia mágica, irreal, la de sus leyendas…
R.: Eso es algo que te permite el conocimiento de los escenarios y sus gentes. Los venecianos son muy dados a contarte la historia real de un edificio o un monumento, y luego te preguntan si quieres conocer su leyenda. Eso es muy veneciano. Aprovechándome de eso, muchas de las cosas que cuento en mi novela existen realmente. Mi novela es una gran guía de Venecia, de esa Venecia que la gente no conoce.
P.: En determinados pasajes acompasa el relato a algunas leyendas venecianas, mitos a menudo que hacen perderse al lector en una ciudad de extraordinario encanto, ¿por qué Venecia?
R.: Venecia es la ciudad de las dos caras. Está la realidad de los hechos históricos o de sus edificios e iglesias, pero luego está la leyenda. Los venecianos, por ejemplo, no pasan entre las dos columnas famosas de la Piazza de San Marcos porque ahí se ejecutaba a la gente antiguamente. Y los venecianos dicen que da mala suerte pasar por debajo de los pies de un condenado, y aún hoy siguen sin pasar entre las columnas. Son columnas que se trajeron de Acre; eran las columnas que sujetaban el pórtico de la iglesia de los genoveses en San Juan de Acre. Los genoveses no permitían a los venecianos entrar en la iglesia porque decían que era gente sucia y comerciante, gente impura para entrar en una iglesia. Terminaron en guerra y la flota veneciana asaltó la iglesia de los genoveses en San Juan de Acre. Robaron las columnas del pórtico para colocarlas en la Piazza San Marcos y demostrar a los genoveses que cada vez que quisieran entrar en Venecia tenían que hacerlo a través de las columnas robadas.
TÍTULO: El laberinto del agua
AUTOR: Eric Frattini
EDITORIAL: Espasa, 2008.