Como ustedes saben, Gerard Mortier es el nuevo Director Artístico del Teatro Real. Se trata de una gran personalidad en el mundo internacional de la ópera, lo cual le ha granjeado filias y fobias a partes iguales. Creo que ya he comentado en otras ocasiones que no tengo prejuicio alguno ante su futura labor y si muchas ilusiones.
También he apuntado que Mortier se ha pasado una época conociéndonos: nuestra cultura, historia, idioma y los diversos matices que ofrece nuestro país y en concreto el público del Real.
Creo que una de las conclusiones que debe haber obtenido, es que gran parte de nuestro público, que desde ahora es el suyo, anda algo falto de un auténtico conocimiento operístico. Esto él no lo dice, ya que se trata de una persona extremadamente educada. Más bien es un ejercicio por mi parte de la llamada intuición femenina. Por ello pienso que a su conocido carácter divulgativo, ahora le añade un fuerte carácter didáctico en todas sus decisiones. Por ahí se entiende el abaratamiento de los programas, la creación de una discutible, pero eficaz, revista bimensual gratuita o su positiva disposición a utilizar cualquier momento o medio para lanzar su mensaje.
Dentro de este ambiente la elección de Eugenio Oneguin, compuesta por Tchaikovski, Chaikovski o Tchaikowsky (usted elige), para inaugurar la temporada actual con la Orquesta y Coro del Teatro Bolshoi de Moscú, dirigidos por Dimitri Jurowsky y Dimitri Tcherniakov como directores musical y escénico respectivamente y con un amplio elenco de correctísimos cantantes, tiene mucho de didáctico. Música y teatro cuidados al límite, con un estudio profundo de los personajes e interpretaciones con un altísimo nivel.
No es mi intención realizar una crítica, ya que no es mi labor favorita. Tampoco me gusta el elogio vano. Constato que la primera de Mortier me ha parecido una maravilla y desde aquí lo saludo con esa exclamación tan española que incluye un deseo: “¡Que no decaiga!”