Son muy pocos, pero hay algunos dibujantes que tienen la fortuna de encontrar su personaje popular, ese que trasciende las viñetas y pasa a formar parte del imaginario colectivo. Manuel Vázquez acertó de pleno con «La familia Cebolleta», clan hilarante que ahora celebra 60 años de carcajadas.
El nacimiento de la serie se retrotrae a 1951, cuando aquel grupo singular hizo su puesta de largo en la revista DDT, una publicación para adultos de la editorial Bruguera. «Los primeros años fueron de una crítica social muy dura, atacando la idea de la familia como ese entorno agradable y pacífico que quería vender el fascismo», apunta el experto en cómics Toni Guiral.
«Las historias eran una burla contra la estructura piramidal de la familia. El padre, por ejemplo, no era el que gobernaba, sino que todo el mundo se burlaba de él. Ni siquiera se respetaba a la gente mayor, porque al abuelo se le presenta como una persona insoportable y muy egoísta», señala Guiral en una entrevista con Efe.
Don Rosendo era el progenitor y cabeza visible de los Cebolleta, una familia que se completaba con la esposa (Doña Leonor), los hijos (Diógenes y Pocholita), el abuelo (Argimiro de la Fosa) y el loro Jeremías, un bicho de plumas verdes y espíritu socarrón. «Los protagonistas indiscutibles eran Rosendo y el abuelo, pero el loro funcionaba como un recurso muy interesante, porque tenía pensamiento propio y podía decir las cosas que le estaban vetadas a los personajes humanos. Era la voz crítica de la familia», explica Guiral.
El carácter transgresor de «La familia Cebolleta» se difuminó a partir de 1956, resultado de una mayor atención hacia los tebeos por parte de la censura franquista. «Las historias se dulcificaron mucho, pero lo que Vázquez perdió en crítica mordaz lo ganó en sentido del ritmo, maestría del dibujo y dominio del gag», asegura Manuel de Cos, editor de Cómic de Ediciones B.
La tijera hizo estragos en el seno de los Cebolleta, que de la noche a la mañana no sólo perdieron buena parte de su mala baba, sino que también dijeron adiós a su hija Pocholita, una joven demasiado voluptuosa para los estándares femeninos del régimen. «Era una chica atractiva y dibujada de forma más realista, exagerando sus curvas. Vázquez no sabía cómo encuadrarla en el universo humorístico de aquella familia desestructurada, y, aunque no existe documentación al respecto, es posible que la censura pusiera objeción a sus formas», considera Guiral.
Autor de «Las hermanas Gilda» o de «Anacleto, agente secreto», Vázquez era un tipo de lo más incumplidor, y no fueron pocas las ocasiones en que dejó de entregar sus páginas de «La familia Cebolleta». Bruguera, en tales casos, recurría a algunos de sus ilustradores en nómina para que completasen las historietas. «Se echó mano de otros dibujantes, pero la magia de Vázquez era muy especial. Puedes coger a alguien muy bueno, pero nunca será como él. Algunos de los dibujantes que le reemplazaron eran extraordinarios, pero siempre hay un punto, un plano o una mirada que te permite saber que esa página no es de Vázquez», analiza De Cos.
La impronta de los Cebolleta, como afirma Guiral, se ha conservado hasta nuestros días a través del lenguaje popular: «Cuando un anciano tenía la costumbre de hablar mucho, se convertía en ‘el abuelo Cebolleta’. Esto ha ocurrido con otros muchos personajes: una finca destartalada es un ’13 rue del Percebe’, una señora vieja y agria es ‘doña Urraca’, unos chavales revoltosos son unos ‘Zipi y Zape’…».
Seguidores de todas las edades, veteranos y noveles, tienen ahora una magnífica oportunidad para reír a mandíbula batiente con esta descacharrante familia, ya que Ediciones B acaba de lanzar una antología con 43 de sus historietas más entrañables.
EFE/Julio Soria