La muestra «Joan Miró, pintor poeta» exhibe desde este martes en Bruselas la faceta más lírica del artista catalán, plasmada en el universo de colores vivos y formas pueriles que el pintor imaginó para evadirse de una época lacrada por el fascismo y por las guerras.
A través de 120 lienzos, grabados, esculturas y dibujos, la exposición abarca toda la trayectoria creativa de Miró (1893-1983), desde sus inicios marcados por el surrealismo hasta sus últimas obras en la década de los 70, cuando alcanzó el culmen de su inconfundible estilo.
Pero a diferencia de las retrospectivas organizadas en los últimos años en París o en Nueva York, que presentaban a un Miró «histórico» y «ligado al surrealismo», la muestra de Bruselas recupera al artista «que apareció con las guerras», según dijo a Efe el director del Museo Real de Bellas Artes de Bruselas, Michel Draguet.
El pintor vivió en primer lugar la Guerra Civil española y a continuación el auge de los fascismos en Europa y la Segunda Guerra Mundial, una «atmósfera trágica» que le atormentó -según sus propias palabras- y que trató de digerir a través de su arte.
Esta digestión es «un tema central» en la obra de Miró, según Draguet, quien añadió que durante la posguerra española el artista catalán solía pintar mientras padecía alucinaciones provocadas por el hambre.
En ese contexto Miró construyó poco a poco su propia cosmología, un universo pictórico «que indaga en la relación entre la imagen y la palabra, en las raíces de la poesía», destacó el director del museo bruselense, institución que organiza la muestra en colaboración con la Fundación Miró y el Espacio Cultural ING.
La huella poética puede apreciarse en el simbolismo vibrante de la serie de litografías «Constelaciones», o en la emoción que late en la línea y el color de las diversas versiones de «Mujer y pájaro», presentes en la exposición.
Miró, de hecho, no veía ninguna diferencia entre el proceso creativo lírico y el pictórico. Se dedicó a la poesía escrita en paralelo a su obra plástica, e ilustró poemas de Tristan Tzara y Paul Éluard, entre otros también exhibidos en la muestra.
«Para él, la forma de trabajo de pintor y poeta eran la misma: primero surge la palabra, y luego se construye la idea», señaló Draguet. El estilo de Miró bebe de fuentes primigenias como el arte prehistórico o la inventiva infantil, pero también apunta a referentes literarios como los «haikus» o la caligrafía oriental, tal y como reflejan sus trazos gruesos y expresivos o los golpes de pincel.
La mujer, la naturaleza y el infinito son temas recurrentes tanto tanto en la historia de la poesía como en la obra de Miró, aunque en su caso aparecen codificados en una serie de símbolos -espirales, estrellas, ojos, soles, lunas o arañas- que actúan como «constantes» en su imaginario y manifiestan un deseo de evasión, según Draguet.
«Es una evasión muy sorprendente, porque se trata de un viaje al interior, como si el mundo que se encontraba dentro de sí fuera más vasto y grande que el que se encontraba en el exterior», añadió el experto.
Así, aunque pueda etiquetarse dentro del surrealismo, Miró practicó esta corriente de forma «más imaginativa» que otros artistas inscritos en este movimiento, como René Magritte u otros de la escuela belga, según Draguet.
El experto recordó que Miró y Magritte se conocieron y mantuvieron «un diálogo artístico», que inició el catalán con el lienzo «Este es el color de mis sueños» (1925), al que respondió cuatro años más tarde con su célebre cuadro titulado «Ceci n’est pas une pipe» (Esto no es una pipa). La muestra podrá verse hasta el próximo 19 de junio en el Espacio Cultural ING de Bruselas.