Una corrida muy esperada, sin embargo, resultó de lo más frustrante, con los toros como principales y casi exclusivos culpables, en la que, no obstante, hubo oportunidad para un manojo de detalles de mucha torería a cargo de Juan Mora, que a la postre saludó la única ovación de la tarde.
Ficha de festejo
Cinco toros de «El Torreón», bien presentados pero sin opciones. Todo quedó en la fachada, que escondía mansedumbre y extrema sosería. El segundo, sobrero de Carmen Segovia, en la línea de los titulares.
Juan Mora: buena estocada (silencio); y estocada (ovación).
José María Manzanares: estocada (silencio); y estocada (palmas).
Cayetano Rivera: estocada (silencio); y estocada perpendicular y desprendida (silencio):
En cuadrillas, Curro Javier saludó montera en mano por un extraordinario par en el quinto después de haberse visto obligado a «tomar el olivo» de forma atolondrada cuando el toro «le hizo hilo» a la salida del anterior.
Lleno de «no hay billetes» en tarde de calor.
Desbordada expectación, pero…
La vuelta de Juan Mora al escenario de su «resurrección» en otoño pasado; la nueva comparecencia asimismo de José María Manzanares, que pone nombre a esta feria por ahora con un triunfo de Puerta Grande y otro de una oreja; incluso la influencia mediática de Cayetano Rivera, habían puesto cara la corrida en la taquilla. También para la reventa fue un gran día. Ahí es donde se nota el caché de un cartel. La expectación, desbordada. Pero ocurrió lo de casi siempre en estos casos, la tarde se tornó en decepción.
Y menos mal que todavía hubo pasajes de inconfundible torería con el sello de Juan Mora. Cuando no se puede por culpa del ganado, aún existe la opción de «andar en torero», una actitud muy reivindicada antaño por los propios profesionales, y que los públicos también sabían apreciar.
Ahora todo es muy distinto, acostumbrado el personal a faenas de sota, caballo y rey donde lo estético se vuelve fugaz por no ahondar en los detalles lidiadores a veces también de aroma inconfundible. Torería se llama esto último. Y tal fue lo que desprendió Mora en la tarde. Que a falta de pan no están mal unas buenas tortas, diría el castizo.
No fue toro propicio el primero, que no humillaba lo suficiente, tardo y reponiendo las embestidas. Mora, que le había cuajado un par de lances a pies juntos en el recibo de mucha categoría, sin embargo, no pudo tirar de él con la muleta. La estocada, como de costumbre, por sorpresa, otro detalle de torero añejo, por la ventaja y el mérito de llevar la espada de verdad. Estocada de manual, hay que advertir.
En el cuarto, otra vez la elegancia del toreo de capote a pies juntos, con el remate de una airosa larga cordobesa. El toro tomó un puyazo en cada caballo para dejar bien patente su condición de manso. Y tras las probaturas a base de trincheras y pases del desprecio, Mora se puso directamente al natural.
No quería el toro por ahí, por lo que quedó la cosa en dos únicos muletazos y el de pecho, eso sí, con mucha suavidad, como el remate por abajo. Poco, pero bueno. Y ya por la derecha, y antes de que el toro empezara a protestar con la cara arriba y frenándose a mitad del viaje, todavía hubo oportunidad para dos tandas, dos, de mucha belleza y gran expresión.
El empaque, la suavidad para correr la mano, el ligero cimbreo de cintura, la prestancia de la figura erguida de Mora, valorados en función del escaso toro que tenía delante, alcanzan mayor relieve. No es frecuente en el toreo actual, y menos en esas circunstancias de la falta de enemigo. Por eso, al funcionar de nuevo la espada con asombrosa rapidez y efectividad, Mora saludó la gran ovación de la tarde.
A Manzanares no le acompañaron ninguno de sus toros. Manso y brusco su primero, se descolocaba sólo, además de resultar muy incómodo por ir pegando cabezazos. El quinto, complicado en banderillas, sin embargo, en la muleta se paró, imposible que se tragara una tanda ligada completa. Manzanares anduvo en ambos lo que se dice porfión, pero también sin darse mucha coba, expresión de la jerga cuando el torero no está del todo por la labor.
Algo parecido con Cayetano, cuyo primer trasteo no dijo gran cosa también por la sosería del astado. Su empeño en citar siempre con la muleta atrás y descruzado, hacía inevitable que el toro se desentendiera. El sexto tuvo «su guasa», arrancándose por sorpresa y quedándose debajo. Cayetano trató de justificarse, pero tampoco hubo manera.
Juan Miguel Núñez/Efe