En EL NACIONAL II, Don José, el que fuera acomodador del Teatro Nacional de Ópera, ahora en ruinas, consigue reunir a un grupo de indigentes para representar Rigoletto, a cambio de consentirles dormir en el local semidestruido; no va a faltar la orquesta, compuesta de tres músicos que tocan en el Metro (violín, viola, viloncello).
El Nacional estará en cartel hasta noviembre, de manera que no les vamos a desvelar el final…
Pero sí vamos a hablar de la tesis que desarrolla aquí Boadella con inteligencia e ironía. Ese teatro en ruinas ha llegado a su situación lamentable por los repetidos montajes costosísimos y las producciones de ostentoso lujo que su presupuesto no ha podido superar. Algunos delirios intelectuales han contribuido a esta decadencia, alejando al mundo teatral y a los actores de su verdadera naturaleza.
Aún así, el entusiasmo y el amor por el arte escénico es tan grande que el esforzado hombre de teatro, lucha heroicamente hasta conseguir una inmediata puesta en escena de Rigoletto, con todas las tareas que conlleva una empresa semejante: movimiento escénico, actuación
de los intérpretes, ensayos de escenas y arias: sí, sí, arias, dúos, cuartetos. En ese guiño al “teatro dentro del teatro” escuchamos varios fragmentos tan conocidos como Caro nome, Bella figlia dell’amore, Addio, addio, speranza ed anima, Cortigianni vil razza, y cómo no, La Donna e mobile, entre otros. Y no sólo Rigoletto, también se interpretan fragmentos de La Bohème, Norma, Madama Butterfly, Aida y El Barbero de Sevilla, subrayando la situación y la circunstancia.
El peso de la lírica reacae fundamentalmente en dos grandes cantantes reconocidos y magníficos actores como son la soprano Begoña Alberdi y el barítono Enrique Sanchez-Ramos, con una labor difícil que desempeñan magníficamente.
Todo el elenco artístico realiza su trabajo a plena satisfacción del público, pero nos permitimos destacar muy especialmente a Ramon Fontseré, el viejo acomodador que no se resiste a abandonar su teatro y su sueño. Un ejemplo de maestría y buen hacer en la escena, nos ha hecho reir, nos ha entusiasmado, nos ha emocionado.
Efectivamente, la emoción embargó al público asistente al estreno, de forma que en lugar de repetirse los bravos, podemos decir que al final se oyó una ovación unánime y prolongada, y no exageramos al decir que fue quizá la más grande que hemos escuchado en un teatro.
Platea