Estos días se está representando en el insigne Teatro Español de Madrid YO SOY DON QUIJOTE DE LA MANCHA, obra dirigida por Luis Bermejo, protagonizada por José Sacristán, a partir del texto de José Ramón Fernández, quien fue merecedor del Premio Nacional de Literatura Dramática 2011 precisamente por este trabajo.
La intención de las líneas que siguen no es tanto reseñar la magnífica labor del elenco que compone esta producción o analizar su argumento, aspectos todos ellos ampliamente comentados y encomiados por crítica y público; como hacer referencia a algunas particularidades de una escenografía que, al parecer de quien escribe estas líneas, bien podríamos definir como teatro en estado puro.
En efecto, la escenografía llevada a cabo por el artista Javier Aoiz Orduna, ha sabido aunar espacio y tiempo a partir de la simplificación formal, el lema de Mies van der Rohe menos es más, parece encontrar en las tablas del Español su expresión más genuina.
Los planos vertical y horizontal se contraponen, o se complementan, en una puesta en escena dominada por una gran pasarela que nos recuerda, como ha afirmado el propio Aoiz, no La Mancha seca, sino esa otra húmeda de Las Tablas de Daimiel, pues la presencia y connotaciones que el paisaje manchego tiene en esta obra huye en todo momento del tópico fácil para convertirse en metáfora, la de los sentimientos y el pensamiento del Caballero de la Triste Figura y, por ende, también del nuestro.
Sobre la pantalla ante la que desfilan todos los personajes, se proyectan igualmente los más singulares panoramas naturales de la región que da nombre al protagonista, estableciéndose un parangón entre aquellas vistas y los rasgos más notables del carácter de Don Alonso Quijano: la amplitud de horizontes, la brillante sol que no permite esconder nada, ni nadie, luz que pone al descubierto villanías y entuertos; y luz también, claro está, que nos descubre las virtudes de Sancho Panza.
Todos los elementos escénicos junto con el texto, están encaminados al inequívoco proceso de “quijotización” de sancho y “sanchificación” de Don Quijote, simbiosis no lejana a la ya planteada hace algún tiempo por el eximio Julián Marías.
En definitiva, estamos ante una de esas escenas cuya eficacia reside en pasar desapercibida por que su objetivo no es destacar sobre la acción y los protagonistas, sino que justamente está destinada a engrandecerlo a hacerlo más cercano, más auténtico y más emocionante.
A ello no es ajeno el barroco recurso del teatro dentro del teatro, donde Aoiz utiliza otros muchos mecanismos escénicos siempre sugerentes, juegos que no desvelaré, pues algo hay que dejar para que lo descubra el futuro espectador de YO SOY DON QUIJOTE LA MANCHA.
Javier García-Luengo Manchado