Se acerca la Semana Santa y con ella toda España, desde el pueblo más recóndito a la ciudad más conocida, vibrará anhelante al evocar, un año más, las emociones propias de esta auténtica exaltación de religiosidad, tradición y antropología consustancial a la singular forma con la que este paraíso ibérico celebra desde tiempo inmemorial la Semana Mayor.
Entre todas estas solemnidades, como las tamborradas de Aragón o las danzas de la muerte en Cataluña, destaca el fenómeno de las procesiones, organizadas por infinitud de cofradías, y que, como regueros de luz, penitencia y esperanza, inundarán nuevamente los surcos de nuestra geografía. Es precisamente en este ámbito donde el arte se convierte en piedra angular para la expresión de los sentimientos religiosos, devocionales y culturales que volveremos a revivir estos días.
La imaginería de Gregorio Fernández en Castilla, la de Salzillo en Murcia y, por supuesto, las creaciones de Juan de Mesa o Castillo Lastrucci en el sur, convertirán las calles más populares en aquella Vía Dolorosa donde saldrá a nuestro encuentro un Nazareno camino del Calvario o una Soledad al pie de la Cruz.
Si generalmente cuando hablamos del arte de la Semana Santa tendemos a señalar exclusivamente la labor de los escultores, como los que se acaban de citar, hoy desde LAS ARTES Y LOS DÍAS pretendo reposar la mirada en otros creadores capaces de configurar toda una estética referencial en la Semana Santa, se trata de los bordadores; concretamente, voy a personalizar la labor de estos artistas del silencio y de la aguja en uno de sus artífices más relevantes, se trata del malagueño Joaquín Salcedo.
Iniciado desde los catorce años en tan ancestral quehacer, Salcedo, partiendo de la tradición ha generado su propia poética, pues cada uno de sus trabajos posee la huella claramente identificable de este maestro del hilo de oro.
Esta seña de identidad no es ajena al hecho mismo de que casi la mitad de las cofradías que hacen su estación de penitencia en la capital de la Costa del Sol poseen alguna obra realizada por él, o que las piezas más representativas del bordado cofrade malagueño hayan salido de su taller, como el soberbio ajuar de Coronación de la Virgen de la Trinidad, el manto de la Virgen del Amor Doloroso, y un sinfín de ejemplos pertenecientes a la Paloma, Zamarrilla, etc.
Salcedo, aun trabajando en ese bordado de progenie barroca, se ha enfrentado sin embargo a desafíos absolutamente innovadores por lo que a recuperación y asimilación de repertorios estéticos se refiere, ahí está el palio para la Cofradía del Rescate, elaborado en un impresionante lenguaje neogótico. Dicho palio, sirvió asimismo para recuperar el bordado en seda, técnica ésta casi perdida en la noche de los tiempos.
De su buen hacer también nos hablan las múltiples técnicas por él empleadas: hojilla, cartulina, milanés, jirafte, todas ellas aprendidas tanto en sus horas de callado trabajo como gracias a su importante labor en el campo de la restauración, disciplina ésta que le permite a su vez asimilar la tradición de los maestros que siglos atrás le precedieron en tan singular oficio.
Un año más, los bordados de Salcedo enjugarán las lágrimas de María, sus agujas crearán los cálices para contener la Sangre del Redentor y su creación, en definitiva, engalanará de flores y de oro la tierra del sol y de la Pasión.