Poetas –se ha dicho – somos todos, pero habría que añadir que no todos escribimos grandes poesías o pensamos y actuamos como si tuviéramos conocimiento de tan halagadora afirmación. El ser humano, por lo general, prefiere valerse de su poder en vez de su potencia; no crea sino fabrica, manipula o de plano saquea a un mundo, que si bien es suyo, no le pertenece.
Ser poeta es otra cosa: es abrirse como se abren las ramas de un árbol y confiar en los latidos del propio corazón. El poeta, a diferencia del conquistador, no deja ruinas a su paso y no derriba muros que no erigió. Es vulnerable, y en esto consiste su fuerza y libertad.
Con una contundencia como la de ningún otro pintor que yo conozca, Renato González nos confronta con su obra a la gloriosa condición del poeta. Hablar de ello en forma coherente –es decir, con palabras que lleguen a trasmitir algo de lo que veo y siento-, me ha resultado tremendamente dificultoso. Es como si uno quisiera demostrar la profundidad del mar con un vaso de agua salada en la mano. Los trazos que componen las superficies en la obra de Renato González con una profusión casual y hasta agresiva a primera vista, se convierten pronto en señales e indicadores de un vasto espacio imaginario vislumbrado a través de ellas.
El pintor llama a sus cuadros –con modestia –paisajes, bodegones y desnudos, pero en realidad son fascinantes topografías pictóricas. Los objetos y las figuras que las pueblan parecen tomar forma –o media forma como si fueran emanaciones de una línea verdaderamente hechizada, por no decir demoníaca. Renato González usa la línea (el verbo usar esta mal empleado –Renato inventa) no como un elemento formativo tradicionalmente al servicio de la composición; en sus manos se vuelve protagonista de su propio drama visual. No se somete a ninguna forma, pero consigue que ésta se acumule en su alrededor. Esta línea es como un imán –es una línea virulenta. Si en los cuadros de Renato González hay vacas, corazones y juegos para jardines de infantes, los vemos y los aceptamos, pero en el fondo sentimos que en realidad se trata de paisajes, jardines, santuarios y paraísos donde todo ocurre en torno a, y para mayor gloria de este inquietante y maravilloso quehacer de trazar.
Renato González forma parte de la generación de pintores mexicanos más joven, emparentada de alguna forma con los jóvenes salvajes del neo-expresionismo alemán y norteamericano. Su pintura, empero, no tiene nada de salvaje (en el sentido de bárbaro). Es una pintura sumamente lúcida, cálida y luminosa. Lo que inquieta es su profundidad, su proyección hacia un fondo sin límites. La caracteriza una sensibilidad inaudita por lo vivo, por lo que vive y, por lo tanto, es vulnerable. Es una de las obras más interesantes y portentosas de todas las generaciones.
La inauguración de esta exposición se llevará a cabo el día 4 de junio y quedará abierta al público hasta el 25 de julio del 2013 en las instalaciones del Instituto de México en España, Carrera de San Jerónimo 46, en Madrid.