sábado, septiembre 28, 2024
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Klimt, el centenario de una desaparición “española”

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Tras ser olvidado durante años, ha recuperado una gran popularidad exposiciones en distintos países y una nueva biografía recuerdan al genio del modernismo europeo. El día en que Gustav Klimt murió -el miércoles 6 de febrero de 1918, a las 6 de la mañana-, su barba frondosa, la que aparece en todos sus retratos como sello inconfundible, tan característico como la túnica azul que usaba al pintar, había desaparecido.

Se sabe por dos razones: primero, porque su amigo y colega Egon Schiele hizo un bosquejo de su cara cuando yacía moribundo; segundo, porque en una caja fuerte del Museo de la Ciudad de Viena se guarda su máscara mortuoria. Klimt murió con un bigote extraño, bien cortado, ajeno al aspecto desaliñado que cultivó. Y el detalle es más que una anécdota: consciente de ser uno de los creadores más famosos de su tiempo, se preocupó de diseñar su imagen casi tanto como en forjar un estilo inigualable.

Han pasado 100 años desde que sucumbió a un infarto cerebral tras contraer la gripe española, y aunque su fama decayó con las sucesivas revoluciones de las vanguardias del siglo XX, en las últimas décadas su popularidad no ha parado de crecer. Basta ver la industria en torno a su figura: tazones, cuadernos y un eterno merchandising con sus motivos coloridos y mujeres doradas. A eso se suman las cifras que alcanzan sus obras, como los 135 millones que pagó en 2006 el galerista Ronald Lauder por Retrato de Adele Bloch-Bauer I (1907), convertida en aquel momento en la pinturas más cara del mundo, superando a Picasso.

Hoy, la estética del austríaco es tan reconocible que se convirtió casi en un lugar común, pero si ha sobrevivido no es sólo por su belleza y aparente accesibilidad. Klimt fue un provocador: rompió con las normas académicas que regían el arte de su época y desató una revolución al fundar, junto a otros artistas, el movimiento modernista conocido como la Secesión Vienesa, uno de los hitos que hicieron de la capital de Austria -en los tiempos de Freud, Wittgenstein, Schnitzler y Mahler- uno de los centros culturales europeos. De paso, con sus cuerpos desnudos cubiertos de detalles fastuosos, pintados en óleo y oro, creó algunos de los cuadros más eróticos que se habían visto hasta entonces, imaginería perfecta para la ciudad que, por esos días, se convertía en cuna del psicoanálisis.

Aunque Klimt murió a los 55 años, convertido en una estrella mundial y en uno de los artistas más caros de comienzos del siglo XX, tuvieron que pasar varias décadas para que su nombre volviera a ser popular.

 

D.L.

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