Visiblemente emocionada y «atacada», la directora vasca presenta esta tarde su criatura -nominada a mejor película y a mejor dirección novel, entre otras categorías- en el centro de actividades culturales de la Universidad de Sevilla Cicus, en el marco de las actividades paralelas organizadas por la Academia de Cine con motivo de la entrega de los premios Goya este sábado en la capital hispalense.
No se le ha subido a la cabeza pues no olvida que se la tuvo que autoproducir y cree que no sólo por lo «delicado del tema» -el amor entre dos mujeres gitanas- sino «por ser mujer», por lo mismo por lo que lleva desde los 18 años trabajando en el cine como ayudante de dirección o directora de producción y ha visto cómo elegían antes a sus compañeros hombres que a ella para las labores principales por temor a poner en manos de una mujer equipos de grabación muy caros.
Reconoce que como vasca en Madrid, «en la época en la que te pedían el DNI y te asociaban con los terroristas», siempre se ha «sentido diferente», por eso su atracción por las personas diferentes para las que tiene un mensaje: «Ser diferente mola, la gente diferente transforma el mundo».
El colectivo gitano le era totalmente desconocido y fue ese desconocimiento, y una noticia en El País sobre la boda entre dos mujeres gitanas retratadas de espaldas y con nombres ficticios a cuyo enlace no había asistido ningún familiar, lo que hizo que en su mente surgiera la idea de rodar una película sobre la homosexualidad en el pueblo gitano.
A este pueblo se acercó de la mano de un amigo de esta etnia y con «mucho respeto», pese a lo cual ha estado en el centro de la polémica por las críticas de asociaciones gitanas.
No le ha extrañado, pues durante los seis meses de casting -por el que pasaron 1.250 gitanos- en un centro cultural de Vallecas escuchó de todo, desde pastores evangélicos que le advertían que lo que quería hacer era «pecado» a jóvenes que le decían que si salía en una película besándose con una mujer no se podría casar nunca, o que no podían fumar en público, incluso patriarcas que no querían hablar con ella sino con su marido.
Al final, relata orgullosa, «salen 150 gitanos en la película que entraron con una mentalidad y salieron transformados», entre ellos una de las protagonistas, que le confesó que tenía un primo gay al que «no consideraba gitano y no le abría la puerta de su casa».
En ella vio a una de las protagonistas de su historia, Carmen, una mujer gitana tradicional que no concibe sentirse atraída por otra mujer, y se marcó el reto de hacer este «viaje emocional» con ella.
«En la cuarta semana de rodaje me dijo que fuera a su casa a cenar porque iba a invitar a su primo para pedirle perdón y quería que estuviera, porque se había dado cuenta de lo mal que se había portado y el daño que había hecho», rememora.
Esa transformación en los gitanos con los que ha trabajado le da pie a pensar y desear que «Carmen y Lola» sirva como «herramienta de transformación» de mentalidades «ya no sólo ante la homosexualidad sino para que el payo comprenda más al gitano, porque al final es una historia de amor, y también para la gente que se sienta diferente».
Con eso se queda, aunque reconoce que no puede evitar soñar con un triunfo en los Goya donde ve dura la competencia en todas las categorías y teme irse con las manos vacías, aunque espera que las nominaciones le quiten las piedras que encontró en el camino para hacer «Carmen y Lola», una película que acabó auto produciéndose y que envió «en un DVD a Cannes, sin tener ningún contacto», y con la que el próximo sábado se paseará por la alfombra roja.
Redacción