lunes, noviembre 25, 2024
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La pureza de Florence And The Machine en Madrid

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El hechizo ha hecho su efecto y el WiZink Center de la capital española ha recibido por primera vez a esta artista lleno a rebosar, más de 15.000 personas según cifras de la organización, en una ceremonia de comunión colectiva que bien podría contarse como uno de los mejores conciertos que verá este año dicho recinto.

Con la excusa de la presentación de su cuarto disco de estudio, «High as hope», Welch ha demostrado por qué desde el lanzamiento de su debut «Lungs» (2009) se ha convertido paso a paso en una de las figuras más relevantes y respetadas de la escena internacional actual, amén de símbolo feminista e icono LGTB.

Imposible sustraerse no solo a una voz modulada, rotunda y potente sin caer en la estridencia o a su magnetismo sobre el escenario, en el que ha exhibido una asombrosa capacidad para oscilar en cuestión de segundos entre la vulnerabilidad y el estoicismo, entre la serenidad y la convulsión tribal, entre el zen y el chascarrillo.

Así ha sido desde el mismo momento en que esta encarnación física de «La dama de Shallot» de John William Waterhouse ha irrumpido ante el público, descalza, con la melena cobriza al viento y envuelta en un vaporoso vestido semitransparente para entonar «June» y poner la piel de gallina al respetable, primero con su sensibilidad, súbitamente también con su baile de frenéticos saltos y giros.

A su lado, una sólida y paritaria banda de ocho miembros que han arropado con acierto cada una de sus inflexiones para vestir las composiciones ya fuera de rock alternativo («Ship to wreck») o de art-pop («Cosmic love»), con ingredientes instrumentales tan poco habituales como el arpa («Between two lungs») y una percusión por momentos lacerante, por momentos estimulante.

El concierto se ha convertido en una sucesión de cimas musicales, como «Queen of peace» o la catarsis de «Patricia» (el tema que dedicó a su ídolo Patty Smith), sin olvidar la memorable intepretación de «Dog days are over», quizás lo mejor de la noche.

En ese momento ya había quedado claro que Madrid había sucumbido a su encantamiento, porque pocos artistas pueden presumir de haber conseguido que todos los asistentes de un pabellón gigante atendieran su petición de guardar el teléfono para vivir la canción «libres» y con los brazos en alto.

Porque, más allá de lo musical, el espectáculo de Florence And The Machine también ha sido una defensa continuada de la libertad, el hermanamiento y «el amor sin fronteras».

«Es por eso que la gente piensa que soy intensa», ha bromeado, con este tono pausado suyo tan particular, revelando así también gran capacidad para la autoparodia.

A Madrid, y a España en general, le ha dado las gracias en varias ocasiones por su entrega y no ha podido dejar de recordar su primera actuación en el país, hace ya 10 años, «en la sala Razzmatazz de Barcelona y en un concierto que tuvo lugar a las 4 de la mañana». «Creo que no nos pagaron con dinero», ha ironizado.

Del final, para alcanzar en total 17 cortes y dos horas de duración, no podía sustraer algunos de los hitos más importantes de su producción, véase «What kind of man», entendido como otro alegato contra lo que ha llamado «masculinidad tóxica», ni tampoco «Big god» o el colofón final con la esperadísima «Shake it out», convertida ya de pleno en sacerdotisa redentora. 

Redacción

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