lunes, noviembre 25, 2024
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Un siglo con Primo Levi, el escritor que volvió del horror nazi para contarlo

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Italia honra con numerosos actos, conmemoraciones y conferencias a uno de sus escritores más relevantes del siglo XX, cuya memoria y su legado sigue muy vivo, sobre todo en todos los colegios del país.

Primo Levi nació el 31 de julio de 1919 en Turín (noroeste), en la casa donde viviría durante toda la vida. Sus antepasados eran judíos piamonteses llegados desde España a esta ciudad a los pies de los Alpes en el siglo XVI, tal y como él mismo recordaba.

Creció en la Italia del Fascismo, instaurado por Benito Mussolini en 1922, y su vida, como la de muchos otros, cambió para siempre a partir de 1938, con la llegada de las primeras «leyes raciales», que prohibían a los hebreos acceder a la educación pública, entre otras muchas y ominosas restricciones.

Pero esta no afectó a Primo Levi, que dado que ya estudiaba en la Universidad pudo proseguir sus estudios científicos. E inmerso en ese ambiente, entró en contacto con los círculos antifascistas.

En 1943, él y unos compañeros subieron a las montañas para unirse a la resistencia contra la ocupación nazi del país, si bien fue capturado por una milicia fascista un frío 13 de diciembre.

«Tenía 24 años, poca o ninguna experiencia y una decidida propensión, favorecida por la vida de segregación a la que me habían reducido desde hacía 4 años las leyes raciales, a vivir en un mundo escasamente real (…) Cultivaba un moderado y abstracto sentido de rebelión», recuerda en su obra clave, «Se questo è un uomo» (1947).

En el interrogatorio decidió reconocerse como «ciudadano italiano de raza hebrea», dado que admitir su actividad política habría supuesto seguramente la tortura inmediata y la muerte.

Fue el inicio de una pesadilla que le llevó a un campo satélite de Auschwitz-Birkenau, en la Polonia ocupada.

En su libro rememora el viaje en tren hacia aquel funesto lugar, hacinado en vagones minúsculos con decenas de deportados como «mercancía» y su llegada al capo de concentración, sumergido en una oscura noche que impedía presagiar su lamentable futuro.

Desde ese momento Levi cuenta de forma precisa todo lo que sus ojos vieron dentro del alambre espinado del campo de trabajo forzado de Monowitz y las humillaciones e impensables vejaciones a los que fueron sometidos miles de hombres, mujeres, ancianos y niños.

El escritor logró sobrevivir porque fue confinado en 1944, solo un año antes de su liberación por parte de las tropas soviéticas, pero también porque fue empleado en el laboratorio por sus conocimientos en Química, lo que le libró de los extenuantes trabajos forzados.

Tras la liberación, Levi vive el drama de millones de desplazados por el conflicto: la vuelta a casa. El escritor vivió unos meses en Katowice y después emprendió un largo y complicado periplo de vuelta entre las ruinas del continente, descrito en «La Tregua» (1963).

Ya en su Turín natal, en una Italia desangrada por la guerra y el fascismo, el autor se ve ante la titánica labor de reinsertarse en la sociedad, compaginando su nuevo trabajo en una fábrica de pintura con la escritura de sus recuerdos, que comienza inmediatamente.

Pues plasmar en páginas el horror le causaba un efecto analgésico: «Cuando escribía, encontraba un breve lapso de paz y sentía que volvía a convertirme en hombre, un hombre como los demás, ni mártir, ni infame, ni santo», confesaba en «El Sistema Periódico» (1975).

En 1947 se casó con Lucia Morpurgo y empezó a trabajar como químico en un laboratorio que llegaría a dirigir, pero al mismo tiempo nunca dejó de divulgar lo vivido en el campo de exterminio.

«La necesidad de contar a ‘los demás’, de hacer a ‘los demás’ partícipes, había provocado en nosotros, antes de la liberación y después, el carácter de un impulso inmediato y violento, tanto que rivalizaba con las demás necesidades elementales», afirmaba.

Levi da la vuelta al mundo con sus escritos, obteniendo múltiples premios y reconocimientos, sin alejarse de su objetivo divulgativo, acudiendo a las escuelas con su alegato por la memoria histórica, para no olvidar esa herida «indecible» de la que seguía atormentado.

El 11 de abril de 1987, a los 67 años, fue encontrado muerto en su edificio de Turín, tras caer por el hueco de la escalera. La hipótesis aceptada fue el suicidio, aunque aún es discutida. 

 

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