Sin embargo, según han confesado sus allegados, no le ha cogido muy de sorpresa, porque un poco antes su nombre ya sonaba con fuerza y algún que otro periodista había contactado con él para comentárselo.
Feliz de haber sido el escogido, aunque esta tarde, en una poblada rueda de prensa, ha dejado claro que lo único que le puede reportar el premio son más lectores en el futuro, porque a los 81 años una distinción así no tiene el mismo impacto que cuando se tienen treinta o cuarenta.
Durante un par de horas ha seguido con sus rutinas, pero a partir de las dos del mediodía ya no ha podido despegarse de su móvil, con gente que le felicitaba y otros que le preguntaban.
Ha comido unas verduras y ha hablado con sus nietos, uno desde Nueva York y otro desde Viena, y ha recibido sus congratulaciones.
Luego, acompañado por su esposa y su hija, se ha dirigido hasta un céntrico hotel barcelonés, donde nada más entrar en una de sus salas escudado por los editores Emili Rosales y Josep Lluch, ha aclarado que era «inocente» de llegar con unos minutos de retraso, causados por fotógrafos y cámaras que le han hecho posar para inmortalizar el momento.
Ha abierto el fuego Rosales, pero pronto Joan Margarit ha cogido el micrófono para sentenciar, por ejemplo, que es un misterio que esté más traducido al hebreo que al francés o para aseverar que la poesía es una «gran catedral llena de cosas maravillosas, pero la catedral no existe sin la cripta, que es un agujero en el suelo y nada más».
Tampoco ha dejado pasar que tiene dos lenguas, el catalán y el castellano: «Gracias a que el general Franco una de ellas me la metió dentro a patadas, pero ahora no se la pienso retornar».
Cuando se ha dado cuenta de que en algunas respuestas se alargaba, ha pedido literalmente «perdón» y ha dejado caer que había que cortarle. «A mi edad…», ha dicho, a la vez que oteaba hacia el fondo del espacio, donde su hija, según él, le estaba diciendo, sin palabras: «Mírame a mí, que te diré cuándo te enrollas».
Alternando catalán con castellano ha ido respondiendo a todas las preguntas, excepto una relacionada con el ‘procés’. «Ya importa un pito mi postura», se ha justificado.
Ha recomendado a los no iniciados que si a partir de ahora quieren leerlo empiecen con «Joana», un poemario dedicado a su hija fallecida, y que, ha confesado, ha sido el único libro que le ha llevado, en caliente, a «enfrentarse» con la poesía, escribiendo «al límite».
En otro momento, se ha sacado del bolsillo de la camisa una pequeña libreta verde donde está trabajando su nuevo poema, del que no ha querido dar a conocer ni un verso, porque está todavía poco trabajado y se ha sorprendido de que el ministro Guirao haya leído un poema suyo, «No llencis les cartes d’amor», cuando se ha dado a conocer el veredicto del jurado.
«Otros ministros que he conocido no sabían leer poemas», ha apuntado sonriendo.
Cincuenta minutos más tarde de haber empezado su comparecencia, ha querido emular al ministro y ha regalado a la concurrencia su particular lectura de esos versos. «Podéis aplaudir», ha señalado al terminar, antes de volver a ponerse el abrigo para regresar a su casa junto a su familia.