Según ha explicado el director del centro cultural, Rubén Piza, la exposición de Alfredo Castañeda iba a inaugurarse el día 14 de marzo, «pero el 15 nos llevaron al confinamiento, así que hemos decidido ampliarla desde el 8 de junio al 20 de septiembre».
Este año se cumple el décimo aniversario de la muerte del autor y su familia ha querido hacerle un homenaje con esta exposición «introspectiva» y que, según Piza, «te genera una sensación de paz».
La segunda reúne obras realizadas por Pedro Friedeberg desde los años 60 hasta el año pasado, porque a sus 86 años, «Pedro es un artista activo que sigue produciendo; hay cosas muy contemporáneas pero también está su obra emblema, ‘La mano silla'».
Se trata de una ocasión única, explica Piza, para ver «dos perspectivas diferentes del arte mexicano contemporáneo, porque son dos visiones totalmente diferentes; la de Pedro sintetiza elementos universales en su obra, y usa manos, pies, quetzalcoal y elementos de la serpiente emplumada, y hasta símbolos budistas».
Ya desde la llegada al palacete de los años 20 del siglo pasado en la calle Alberto Aguilera, la fachada está decorada con mandalas; en el interior, la escalera central ya tiene una intervención con grafismos orientales, con un dibujo que sigue los peldaños y remata con un mural de unos veinte metros que cubre todo el descansillo.
«Así se genera una dimensión en perspectiva desde la propia entrada: sientes que subes la escalera y te metes en el cuarto de Pedro», explica Piza.
Ambas exposiciones, añade, completan «una perspectiva de arte y del mundo desde una visión muy mexicana», aunque Pedro nació en Italia, y que contrasta con la de Castañeda (Ciudad de México 1930 – Madrid 2010), un pintor y poeta con el alma dividida entre sus dos tierras, España y México.
«Él manejaba en su obra muchos elementos como el agua, el mar y el océano, los temas religiosos y también familiares, porque para él eso era muy importante», apunta el director del centro.
En su opinión, el contraste entre ambos es «hasta de paleta de colores, entre la parte psicodélica y de brillantes en la obra de Pedro, a la de Alfredo, de neutros, otoñales y una huella de rojo que tiñe toda la muestra», que ha sido comisariada por su nieta Marina.
«Es una exposición muy experiencial, que tienes que vivirla más que verla», asegura Piza.
Ambas muestras están en el piso primero, tres salas unidas para Friedeberg y dos para Castañeda, mientras en la segunda planta se mantiene la exposición permanente de piezas de maestros de arte popular mexicano.
«Organizar la expo de Pedro en confinamiento ha sido todo un reto», confiesa Piza, quien asegura que el tiempo de cierre se ha empleado para cumplir con las medidas sanitarias, desinfectar y limpiar todos sus espacios públicos y adelantar el diseño de las filas, señalizando los espacios correspondientes de dos metros.
También están abiertas mediante reservas las terrazas del restaurante, responsabilidad del chef Ulises Montes de Oca, aunque aún no pueden recuperar sus actividades abiertas al público, como conciertos, sala de cine o clases de cocina, «pero volverán», asegura Piza.
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