Noche de trámite por enamoramiento seguro, sin riesgos aparentes, entre el público del Teatro Real y un amante recurrente, «Las bodas de Fígaro» de W. A. Mozart, uno de las obras más célebres de esta temporada en una producción de Claus Guth que buenos frutos dio desde su estreno en el Festival de Salzburgo en 2006.
Superadas con nota las más arriesgadas propuestas previas de «El ángel de fuego» de Sergéi Prokófiev o «El abrecartas» de Luis de Pablo, en este primer estreno con mascarillas voluntarias los aplausos han vuelto a sonar entre las butacas del coliseo operístico madrileño, abarrotadas como parece que estarán a lo largo de sus próximas 12 funciones, con un 90 % de su aforo ya ocupado.
La soprano española María José Moreno, en el papel de la condesa, ha sido una de las más elogiadas gracias a intervenciones como su lamento amoroso del acto II «Porgi amor qualche ristoro» o su aria del acto III, «Dove sono i bei momenti». Igualmente han sido vitoreados su esposo en la narración, Andrè Schuen, y Rachael Wilson el papel del andrógino e irresistible Cherubino.
Junto a ellos han completado el reparto principal del estreno de este viernes Julie Fuchs (Susanna), Vito Priante (Fígaro), Monica Bacelli (Marcellna), Fernando Radó (Bartolo), Christopher Mortagne (Basilio), Moisés Marín (Don Curzio), Alexandra Flood (Barbarina) y Leonardo Galeazzi (Antonio).
UN ROMANCE DE LARGO RECORRIDO.
Desde la reapertura del Real, con un ligero barbecho entre ellas, cinco han sido las veces que se ha representado esta ópera buffa en cuatro actos firmada en 1786 por Mozart con libreto de Lorenzo da Ponte sobre las idas y venidas de unos aristócratas y sus sirvientes. Fue en 1998, en 2003, en 2009, en 2011 y en 2014, entonces también con Ivor Bolton frente a la orquesta.
El británico, que se ha llevado también grandes aplausos, se reencontraba esta vez además con una producción de Guth, con el que en este mismo espacio había coincidido en dos ocasiones anteriores, siempre con títulos del compositor austríaco: «Lucio Silla» (2017) y «Don Giovanni» (2020).
Ambos coincidían de partida en la fundamental dimensión psicológica que la música otorga al texto original de Beaumarchais, en el que estaba más enfatizado el conflicto de clases, para otorgar mayor profundidad a los personajes, encorsetados por unas convenciones morales que oprimen sus auténticos deseos y pasiones (los que los igualan) en este enredo amoroso que, sobre el papel, acaece en Sevilla.
En el escenario, sin embargo, nada que relacione el cliché folclórico español con el palacete austero, frío y semiabandonado en el que se desarrolla la trama, más propio de un drama de Strindberg, en línea con un vestuario adusto que parece ideado para un filme de Ingmar Bengmar, tal y como confesó Guth sobre sus inspiraciones.
De lejos, bien podría parecer el decorado una casa de muñecas en las que las cuerdas las dirige una fuerza exterior, erótica y traviesa, encarnada por un Cupido silencioso con apariciones cada vez más rocambolescas (y celebradas) que desata los instintos de los personajes o, más bien, subraya las contradicciones entre sus palabras y sus acciones, como sucede con la partitura.
En esa línea, destaca especialmente el uso del escenario en el último acto, en el que esas realidades emocionales que conviven en los personajes a pesar de su antagonismo encuentran eco en un juego de planos contrapuestos cercano al surrealismo de los cuadros de Escher.
En lo musical, ha sido especialmente celebrado el final del acto II, «uno de los mejor escritos de la historia» a juicio de Ivor Bolton por su gran precisión y variedad de elementos, también según el criterio del público, que le ha ofrecido su aprobación más sonora justo antes del intermedio.
Aquellos que no puedan desplazarse hasta el Teatro Real tendrán oportunidad de disfrutar de esta producción de «Las bodas de Fígaro» en directo el 7 de mayo a través de MyOperaPlayer y, posteriormente, a través de la grabación que quedará alojada en su catálogo.