Siete minutos. Es lo que tienen los médicos de atención primaria para sospechar que un paciente tiene depresión, muchas veces camuflada en una amalgama de síntomas físicos que hacen inviable su detección en tan poco tiempo. Y esta sobrecarga hace que se escapen más de la mitad de los casos.
En este nivel asistencial, la depresión alcanza una prevalencia del 5.28 %, pero la femenina duplica la masculina: 7.22 % frente al 3,5 %. Sin embargo, sólo el 47.3 % de los casos están diagnosticados.
Frente al infradiagnóstico, «la medicalización y la psiquiatrización de la vida cotidiana. Cada vez nos encontramos con más pacientes que acuden a la consulta de atención primaria en búsqueda de la solución a una falta de herramientas para podernos adecuar a problemas de la vida diaria con una pastilla».
Son los datos que ha expuesto Verónica Olmo, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria Centro de Salud Torreblanca (Sevilla) y miembro del Grupo de Trabajo de Salud Mental SEMERGEN durante el XX Seminario Lundbeck celebrado este año en Sitges bajo el nombre «Depresión y género, en femenino y plural».
Seguimos la jornada con la detección y abordaje de la depresión en atención primaria, de la mano de Verónica Olmo Dorado, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Centro de Salud Torreblanca, Sevilla.
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— Lundbeck España (@LundbeckES) May 27, 2022
Aquellos trastornos depresivos que no se detectan precozmente tienen peor pronóstico, de ahí el papel vital que tiene la Atención Primaria como primera toma de contacto con el sistema.
El perfil del paciente con trastornos depresivos en las consultas de familia, -como también fuera de ellas-, corresponde en su mayoría a mujeres, especialmente de entre 18 y 30 años: siete de cada diez casos, el 22 % moderados (en ambos casos asociados mayoritariamente a causas sociales y no tanto a causas hereditarias o endógenas) y el 7 % graves.
Su abordaje requiere una escucha activa y el manejo de técnicas adecuadas de entrevista; pero la realidad es que la sobrecarga crónica que soportan estos profesionales, agravada por la pandemia, lo hace prácticamente imposible.
En su centro de salud, sus compañeros tienen 46 pacientes citados al día, sin contar las visitas domiciliarias, tanto las programadas como las que puedan surgir, y las reuniones de equipo. Todo eso reduce el tiempo que pueden dedicar a cada persona a menos de diez minutos.
«Tenemos siete minutos por paciente. La falta de tiempo nos dificulta el abordaje de un trastorno depresivo, porque necesitamos hace una escucha activa que no se nos permite en ese tiempo», lamenta la doctora. «Hacemos lo que podemos, pero cada uno -reconoce- se maneja como puede».
Y eso hace que, en muchas ocasiones, la derivación al especialista «no sea la adecuada».
«No deberíamos tener siete minutos: muchas veces es a los siete minutos cuando nos enteramos de que hay un problema. Te ves atada de pies y manos sin poder hacer más», censura.
A la falta de recursos y tiempo se suman otras dificultades en la detección precoz, y es que la depresión no siempre aparece como un problema aislado ni siempre la principal queja del paciente es un síntoma psicológico o afectivo.
«Como médicos de atención primaria atendemos toda la patología de la persona, y es muy frecuente que vengan a consulta con su lista de la compra: ‘doctora, me duele el estómago, pero además llevo un mes con la rodilla que me limita la movilidad, y además estoy un poco triste», ilustra.
De esta forma, los médicos de familia se encuentran frecuentemente «con un batiburrillo de síntomas que no tienen una base orgánica, pero según vas rascando te encuentras con que debajo lo que teníamos era un trastorno depresivo».
Pero Olmo echa de menos también herramientas de psicosociales para hacer frente a la demanda cada vez más frecuente de adolescentes, muy frecuentemente con comorbilidades asociadas a trastornos del comportamiento alimentario. «Los profesionales no estamos capacitados para abordar estos problemas, no tenemos esa formación».
Lo suyo sería que la Atención Primaria se dedicara a la prevención. «Sería el ámbito idóneo» porque son ellos los que conocen al paciente, a su familia y su contexto, y ello evitaría además que se les «escapara» ese gran porcentaje de casos.
«Una atención primaria fuerte es un filtro para la atención especializada. Al final es un gasto público que se está incrementando por no tener una buena atención primaria», concluye Olmo antes de aventurarse a hacer esta predicción: «Que de aquí con el tiempo seremos capaces de hacer esa prevención y detección precoz. Es nuestro trabajo». EFE