Dos escenas finales, crepusculares, de la miniserie de Telecinco “Los Nuestros” definen su mensaje: 17 ataúdes envueltos con la bandera de España; un comandante reflexionando amargamente junto a sus comandos que nadie en España sabe a qué se dedican, “que no estamos para dar comida y abrir colegios”. Un baño de cruda realidad y sangre en prime-time que se comieron crudo y acongojados tres millones y medio de espectadores, que, además de estremecerse por la muerte de un boina verde médico y sufrir por las heridas de Blanca Suárez, quizás tengan una idea más aproximada de la realidad que hay ahí fuera, al sur del Estrecho sin ir más lejos.
Vestir a los legionarios con los cascos azules de Bosnia fue una decisión política de hondo calado que colocó a las Fuerzas Armadas en la antesala del siglo XXI. Un éxito tan grande que la fórmula “Operación de Paz” se ha utilizado hasta la extenuación del concepto, hasta el punto que en el Ejército se empezó hablar de “magdaleneros”, porque reparten magdalenas, todo un doble sentido.
Pero entre “peacekeepers” y “peacemakers” hay una distancia. Esta serie de televisión ha puesto en pantalla en máxima audiencia (con notable éxito de público) una realidad que ha llegado con cuentagotas a la sociedad española. Mientras el Ministerio de Defensa hablaba de “operación de paz” en Afganistán, se filtraban desde el frente grabaciones de paracaidistas españoles atrincherados en Bala Murghab, hostigados por el “paqueo” (tiros de francotiradores) y voces entrecortadas por la adrenalina de jovencísimos tenientes de infantería dando instrucciones de fuego a sus fusileros. Morteros, helicópteros de ataque, blindados, operaciones especiales, España ha desplegado un importante catálogo de capacidades bélicas a varios escenarios.
A los “guerrilleros” de “Los nuestros” no todo les salió bien, como sucede a veces en la vida real. Su angustiosa pelea con la banda de yihadistas recuerda a los apuros que han pasado tropas muy especializadas y selectas como los SEAL norteamericanos, o los “boinas verdes” de la Legión Extranjera francesa, en situaciones similares. En los escenarios actuales, los españoles, hostigados por noches enteras en sus patrullas de nomadeo, a veces rodeados y aislados, nunca se han visto ante semejante catástrofe operativa.
Pero sí son reales las imágenes de los féretros cubiertos por la bandera española. A los 72 muertos en el accidente del Yak-42 se sucedieron los 17 del cougar en Afganistán en 2005 (igual al que se estrella en la serie). O los seis de Líbano en el verano de 2007, la época favorita de trabajo de los yihadistas. Esas ceremonias, tristes y obligadas, cargadas de simbología castrense, son visibles al público.
No lo son tanto las consecuencias de estas escaramuzas que apenas llaman la atención a la opinión pública. Chicos de 19 años que han perdido una pierna, jovencísimos oficiales ya mutilados, con la cara abrasada, o sin mano. Estos también son de «los nuestros». Sus homólogos americanos –exponencialmente muchos más que nuestros compatriotas– sí aparecen de vez en cuando por la puerta trasera. En la película recién estrenada de Clint Eastwood sobre el conflicto en Irak, dos exmarines sin piernas y con todo el muestrario de prótesis enganchado a su cuerpo protagonizan una escena, triste y melancólica. Los nuestros, los heridos en combate españoles, apenas son visibles.
Hace unas semanas Esperanza Aguirre recibió un honor militar en la base de la Brigada Paracaidista (BRIPAC), en Paracuellos del Jarama (Madrid). Todas las fotos se fueron a por la rubia candidata del PP a la alcaldía, tocada con su boina negra de “paraca” de honor. Pero cuatro quintas partes de aquel ceremonial fue para premiar con medallas a los militares de la Brigada Paracaidista que han mantenido acciones de guerra en el último año. Hasta hace poco las medallas con distintivo rojo –las de actos de guerra– estaban más que racionadas por el Ministerio de Defensa. El objetivo era no desmentir que las “operaciones de paz” a veces se hacen a tiros. Hoy día hay más generosidad en los premios, sin exagerar. Solo que esas medallas –obtenidas a tiro limpio ante enemigods que quieren matarlos– solo son honoríficas o dan puntos para ascensos. A diferencia de las que reciben en abundancia los cuerpos policiales (se dieron 47, por ejemplo, solo por la detención del pederasta de Madrid), estas no reciben compensación económica alguna.
La falta de rigor técnico en algunas escenas, el doméstico realismo de algunas situaciones (sexo en misiones), o anécdotas absurdas como la cresta de un teniente de “boinas verdes”, han creado cierta controversia en los más conservadores de los medios militares (aún hay alguno), que miran con ojo severo el apoyo que el Ejército a dado a la producción de la serie de Telecinco. A cambio, millones de españoles se han dado un baño de realidad en lo que pasa más allá de los desfiles. Tropas altamente entrenadas, muy sacrificadas, de plena disponibilidad, que se enfrentan a un enemigo encarnizado y cruel. Y cercano.
La misión española en Malí está a pocas horas de avión de España. Al Qaeda del Magreb Islámico se mueve por la franja del Mediterráneo sur, Libia está en descomposición total, yihadistas españoles salen a la guerra santa desde España… Los secuestros –como el reciente de varios periodistas en Siria– son reales y dramáticos. El Gobierno español ha decidido históricamente negociar y pagar rescates. Quizás la decisión de rescatar a rehenes a sangre y fuego haya sido la mayor ficción de “Los Nuestros”, la mini serie que le ha quitado definitivamente el bigotillo franquista a los verdaderos “nuestros”.