martes, noviembre 26, 2024
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Dientes de leche

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Mucho tiempo sin ver el Madrid, gran buque siempre a la deriva, lleno de pasajeros desnortados que nadie sabe cómo llegaron ahí. En estas dos semanas, fue la selección quien ocupó el espacio del centro del salón. Una cadena armónica de pases con un correlato moral, válido para el confesionario. Buenos chicos, buen juego, grandes intenciones. Gran aburrimiento también, y el diablo que se revela en las pequeñas cosas. A cada noticia magnífica sobre la roja le seguía otra sobre el Madrid, siniestra, que por contraste daba luz a los muchachos de la España plural. Así de necesario son los monstruos. A Bale le han descubierto una enfermedad impronunciable justo al lado de la etiqueta del precio. Nunca sanará, dicen. Al caballo cojo sacrifíquenlo para que no sufra. En el minuto 75 saltó al campo con sus orejas plegables y todo lo que hizo tuvo sentido. Es un jugador que piensa, y ya hay alguno que pide su dimisión. ¿Pero este no era el que corría tanto? En dos semanas ya nadie recordaba que la máquina de Anchelotti había sufrido una discreta sacudida: la de los equipos que están soldando sus fracturas internas. Y una cosa son los imaginarios colectivos, en los que el Madrid volvía al centro del caos, del que regresaba a nado y con un canterano surfeando la ola; y otra el sitio hacia donde se desliza el Real, una posesión alta y trabajada con un orden ortodoxo en su desparrame por el campo, y una profundidad constante que no cuaja por lo romo del actual Cristiano y su compañero de ataque.

Estaba Schuster en banda, preparado para mejorar su putt, con un chaleco homenaje a la Baviera de los años 80. Había hecho unas declaraciones de corte tradicional: Te ganan sin jugar bien, la vida no se acaba en el Madrid, y les plantaremos cara. Quizás se estaba persignando aunque sin mucha convicción. Para sacar petróleo en el Bernabéu no basta con el orden y el sentido común. Hace falta una ración de odio que el Málaga no posee. No hay veleidades aristocráticas en la provincia, ni competencia tribal con la capital. Salvo hundimiento, el partido se iría decantando con una suave resaca, y eso pensaba Carletto. Pero sobraron las manos de Willy Caballero y faltó el acierto del delantero centro, o el de Cristiano; y ya hay quien piensa en una maldición.

Tuvo una llegada el Málaga, pero el partido comenzó oficialmente con un travesaño dulce de Ronaldo, contradiciéndose a sí mismo. A partir de ahí, 20 minutos estupendos de los blancos que sonaron a equipo renovado, dispuesto para las tareas de la casa, y tomando una de las virtudes del anterior régimen: el control de la segunda jugada a partir de Khedira. Hoy, jugador de fútbol gracias a Illarra que guarda la casa en el círculo central, y así deja volar al Alemán que es para lo que está construido. El Málaga, ayudó con su escasa malicia y su tendencia a esperar la ejecución al borde del área. No mordían los centrocampistas andaluces, y sólo el mal partido de Isco -un tanto destartalado en sus conducciones y desabrido en pases y controles- hizo que el juego del Madrid no luciera como presagiaba la música del partido. Por la derecha, Di María seguía colgando centros -y ya van 4 semanas consecutivas, noche y día, en la salud y en la enfermedad- y en este caso fue Morata el que marraba la ocasión. Era un gesto el que rompía el hechizo de la jugada necesario para que se grite el gol. O el canterano se pasaba con el escorzo, tan bien dibujado que al portero sólo le quedaba esperar en el sitio adecuado. O se atrabiliaba en el uno contra uno, ensuciando la ocasión, que inmediatamente volvía a surgir gracias a la atención de Pepe, Khedira o Illarra; aseados, atentísimos y por fin, mejor dispuestos sobre el terreno de juego que sus pares. O era el fuera de juego, que sonó a burla cuando fueron dieciséis los madridistas que fueron pillados en corrillos a la altura del punto de penalty. O quizás, el estilo se emborrachaba de ortodoxia, a pesar de Marcelo, con unos cambios de orientación pelín funcionariales y sin la velocidad precisa, que daban tiempo a llamar al orden en la defensa contraria. No ayudaba Cristiano, todavía oxidado y sin el gol en el empeine. El caso es que seguía el empate en todo lo alto y el murmullo en los bares se hizo carne. Isco!: lo fácil, no te pierdas; gritó alguien. Acabó la primera parte con mal sabor de boca. Un par de llegadas sin mecha de los malaguistas, y al Madrid, destensado de repente, se le fue el santo al cielo sin causa ni razón.

La segunda parte tuvo un inicio fantasmal. Le pusieron a Di María el balón en su rincón preferido y la combó para el remate del que por allí pasara. Fue Cristiano, que la peinó con el halo y el balón entró limpio en la portería con la bendición del señor que estaba de pie. La jugada provocó pasmo y se celebró con retraso, como si no lo mereciera, y quizás, si el portero del Málaga hubiera sacado el balón de la portería como si nada, el partido habría seguido con un empate peligroso y los transeúntes preguntándose qué es lo que ahora el Madrid había hecho mal.

Con el 1-0 y todas las ocasiones en el limbo, se pensó que caerían los goles a poco que los de adelante agitaran el campo. No fue así. El Real retrocedió lo justo para perder el hilo que juntaba las líneas y los Malaguistas decidieron abrir la boca en casa ajena, no del todo convencidos, pero para que nadie diga que no lo intentaron. Hubo un rato largo, muy del Bernabéu, en el que se oyeron más las conversaciones que el zumbido de los pases. De repente, el equipo se había desmoronado por el centro, pero se sostenía sin problemas atrás. En eso también hubo rastros de las temporadas pasadas. Una espera tensa, que decanta el contraataque y la victoria. Una suerte, la de la contra, que viene y va, y hoy no se tocaba con la afinación justa.

Las cámara llevaban un rato siguiendo a Bale como si no creyeran que estaba sano y llegó el momento. Salió Morata, que recibió una pequeña ovación y algún exagerado le hizo reverencias, y entró el Galés, muy delgado y con la manicura recién hecha. Su cambio vino entre medias de la salida de Modric por un destemplado Isco y la de Jesé por Di María. No es fácil muchas veces exponer las razones del fútbol, y menos las del Madrid, equipo sensible a la magia simpática y al humor de los cuarteles. El caso es que un partido que se deslizaba hacia el empate o el drama, con el Bernabéu pidiendo el ajusticiamiento del responsable; basculó hacia otro rango diferente. Una preciosa exhuberancia: 10 últimos minutos de ocasiones continuas, sin sustos relevantes, con los jugadores madridistas desatados por todo el ataque rival, con la pausa de Bale que precede a su estampida, con Modric sintiéndose bien y Jesé llamando a las puertas con su trote de caballo árabe, mucho más fino de lo que aparenta, pareado de Cristiano con el que se entiende sin mirarse.

Acabado el tiempo, echaron a tierra a Bale dentro del área y Cristiano marcó el penalty. Se disculpó con el gesto exagerado y altanero de siempre. A Ronaldo le da igual ponerse flamenco con el árbitro, que quitarse la camiseta o pedir perdón. Detrás, siempre la rabia. La de hoy, porque no le funcionó el mecanismo. Aun así, el Madrid, ganó con suficiencia, todavía con zonas grises en su comportamiento, pero parece avisar de algo grande.

Mejor ser furtivos, antes que acabar en el barranco.

Ficha técnica

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Ramos, Marcelo; Khedira, Illarramendi, Isco (Modric, m. 72); Di María (Jesé, m. 80), Morata (Bale, m. 75) y Cristiano Ronaldo.No utilizados: Casillas; Casemiro, Arbeloa y Nacho.

Málaga: Willy Caballero; Jesús Gámez, S. Sánchez, Weligton, Antunes (Antunes, m. 76); Portillo (Santa Cruz, m. 76), Camacho, Tissone, Eliseu; Samuel (Anderson, m. 69) y El Hamdaoui. No utilizados: Kameni; Chen, Duda, y Pedro Morales.

Goles: 1-0. M. 46. Di María. 2-0. Cristiano Ronaldo, de penalti.

Árbitro: Ayza Gámez. Amonestó a Weligton, Sergio Sánchez, Antunes y Eliseu.

Unos 70.000 espectadores en el Bernabéu.

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