La derrota contra el Barça trajo un tiempo espeso, de recriminaciones al entrenador, de admoniciones morales contra un club sin estilo, que en lenguaje contemporáneo es como decir sin sentido ni causa. Al estar el contendiente blando en lo conceptual, y dibujarse el fútbol español en dicotomías, la sangre estaba estancada alrededor del Bernabéu, pero no corría hacia dentro del club. Todos a la espera de que se rompa a jugar o el cataclismo, o ambas cosas a la vez. Hoy tocaba la segunda opción.
El mal de ojo del Camp Nou lo rompió Blatter, uno de los señorones que habita los pasillos interiores del deporte, hoy presidente de la FIFA, organización supersecreta que vela por la pureza de la corrupción en el fútbol y la opacidad del dinero que ahí se mueve. Los hombres malvados necesitan de una máscara, y en el deporte y los anuncios de Coca-Cola, siempre son los niños y todas sus cualidades anexas. Dijo Messi, y se santiguó; y luego, escupió el nombre de Cristiano burlándose de él, con la cosa torpe y desgraciada de los centroeuropeos cuando reclaman el centro de la escena. Blatter se suma así, a la nueva ola que consideran al Madrid la materia oscura del fútbol y reclaman prestigio clavándole una lanza al dragón.
El Sevilla es de los equipos que en su estadio agotan las pinturas de guerra, y van de excursión al teatro de Chamartín. Suelen traerse algún buen recuerdo, un desmarque, el gol regalado por los centrales, una protesta vistosa o una buena patada a Cristiano, que se lo tiene merecido. Hoy el demiurgo andaba caprichoso y quiso maniobrar en todas direcciones. Un Sevilla lívido en manos de su adversario; una resurrección, el toma y daca de toda la vida con los contendientes nadando a mar abierto, un árbitro con sentido del humor. Benzemá comiéndose el partido, miles de goles, la escuadra de Bale, Cristiano comandante y los espectadores felices, enojados y estupefactos ante un partido roto y vuelto a reconstruir varias veces en cada tiempo.
El ataque del Madrid ya está hilvanado con hilo de alambre. A las combinaciones no se las lleva la marea, llegan todos puntuales al cruce con el balón y cada jugador sabe de su espacio y lo intercambia alegremente con el de al lado. Benzemá fue el elemento del crimen. Centrocampista, mediapunta, doblando las posiciones, pausando en el área, asistiendo y marcando, se hizo carne aquel Zidane más Ronaldo que sólo hemos visto cuando se le electrifica el lomo. Un interior que combina -hoy Isco- y otro que recoje los trozos cuando se rompe la jugada -Khedira-. Un mediocentro como un piano: Illarra, fluido, pero con pérdidas que en otra noche hubieran sido irreversibles. Y Benzemá, entre Cristiano y Bale, escurriéndose por el hueco que dejan dos atacantes furibundos, y batiendo el área con la lentitud que da la clase. Porque una cierta lentitud -no sólo pausa- es fundamental en las maniobras de este equipo ya dentro del terreno sacro. Eso es mortal ahí, y termina de descolocar al adversario. Diferencia con el Antiguo Régimen, que llegaba a velocidad supersónica y necesitaba de demasiadas ocasiones para matar.
En el primer gol se descubrió una amistad, la de Benzemá y Bale, de la que nadie había hablado. Bale en banda derecha tiene su regate infantil, tirando el balón hacia adelante y haciendo la del galgo; el pase interior o cambio de orientación exacto -que recuerda al de Beckham- y la posibilidad de Benzemá. Karim es recibir de frente y elegir la opción que más daño haga. Un juego de paredes con Bale dejó al galés en el pico del área. Fue una belleza el chasquido que sonó, y una amenaza para cualquier defensa a partir de ahora. El juego de Bale es menos perverso que el de Di María, pero da la impresión de ser más profundo y definitivo. Sufre cuando se acerca a zona de media punta, donde se le seca el regate y le cuesta sacarse de encima al defensa para sajar con un pase por dentro. Pero lo que hoy se vio es de jugador monumental. Con pocas esquinas, pero hecho para dañar.
Isco siguió los pasos de Benzemá desde el interior, y hace surgir la jugada constantemente, como si con dos palmadas tuviera la posibilidad. Le pisa los talones al jugador que será. Hoy le sobró algún regodeo cerca del área y la caída de las segundas partes en las que deja trazos de genio y pérdidas en igual medida.
Ya con dos a cero, después de una falta en la que Cristiano le cedió a Bale el disparador y la pelota entró tocada por un elemento de la barrera, el Madrid destensó el músculo y comenzó a acusar las llegadas peligrosísimas del Sevilla. Se juntan aquí dos cuestiones: la baja forma de Ramos y Arbeloa y los veinte años de Varane, y el gesto manso de los jugadores del Real a la hora de robar el balón. Quizás influídos por la cachaza de Anchelotti o quizás sean órdenes de la superioridad para replegar hasta el área y activar así el contraataque. Cuando el Madrid construye la bóveda, la pelota se roba alta y agresiva; cuando repliega, nadie mete la pierna y los contrarios llegan francos, de cara y lanzados para que los centrales se la jueguen contra ellos. Ahí desaparecen los interiores e Illarra se hace de papel. El Sevilla, cada vez que pasó de medio campo, hizo sonar la sirena. Hay una arritmia en el juego del Real. Una arritmia que se comió el segundo tiempo y convirtió el campo en una batalla antigua. Ellos contra nosotros. Dos contra dos. La zancada contra la pierna. El baile contra la táctica. Los árbitros contra la lógica. Una belleza irregular que dejó un rastro de sangre en el marcador.
En el primer penalti pitado de la noche, hubo la vibración del que no se quiso ver en el Camp Nou. Esa es la enfermedad del árbitro español, o del español a secas. Dejarse llevar por el contexto, para luego, agitarse bruscamente contra él. El siguiente penalti lo pitó el juez de silla, que en el fútbol suele estar de pie y fue la repetición serie Z del ya clásico de Mascherano a Ronaldo. Pero sin Ronaldo y sin penalti, aunque con Ramos que es un elemento sospechoso aunque finja tener una buena coartada. El juez se dejó la puerta abierta y entró definitivamente el caos al partido. Y el Real Madrid casi nunca dice que no a esa invitación. En la siguiente jugada, Arbeloa persiguió chapuceramente a un jugador sevillista que cruzó el campo hasta el final. Hubo comedia en el área, un balón que pasa bajo las piernas de Varane y cada defensa ocupando el sitio inoportuno. Gol y a persignarse al vestuario. La segunda parte llegó como si nadie se hubiera levantado del sitio. El punto de giro fue una parada de Diego López que provoca un contraataque ortodoxo del Madrid, la cabalgada de Bale (a dos millones la zancada, exclamó un paisano) y el pase hacia atrás que encuentra a Karim: la para, la pone y se fuga en busca de Zidane con el que se abraza sin abrazarse a la manera de la cabilia. Zidane que quizás entienda la cacofonía que hay dentro de Benzemá y consiga darle cuerda el tiempo suficiente. Lo que quedaba de la estructura eran jirones y a cada bifurcación el partido se endemoniaba más. Entre gol y gol de Cristiano hubo otro penalti inventado en el área madridista, que provocó la bronca de Anchelotti al 4º árbitro. Éste le responde, explicándole con una estudiada gestualidad, donde están los chalecos salvavidas en caso de que el avión se estrelle en alta mar.
El partido era ya una juerga y faltaba la comba de Marcelo. Acudió Benzemá y marcó. El final fue de una agitación con olas pequeñas, Di María haciendo cosquillas a la defensa sevillana y Xabi entrenándose con público. Era el minuto 90, hubo una falta al borde del área y estaba Cristiano en el campo. Fue una escena muy de Lubitch, cuchicheos y miradas furtivas, la coda adecuada para un partido lleno de pasillos y puertas y algún tartazo en la cara. Ramos despejó la incógnita. No se cantó gol por un pelo y ahí acabó el lío. El Madrid ha roto aguas, pero el plan sigue siendo una melodía imperfecta. Hoy las esquirlas de la estructura dieron un partido aristotélico. A cada peripecia le seguía una revelación. Hermoso para el público y un interrogante envenenado para el entrenador.
Ficha técnica
Real Madrid: Diego López; Arbeloa, Varane, Ramos, Marcelo; Illarra (Xabi Alonso, m. 63), Khedira (Di María, m. 82); Bale, Isco (Modric, m. 70), Cristiano; y Benzema. No utilizados: Casillas; Carvajal, Pepe y Morata.
Sevilla: Beto; Diogo Figueiras, Pareja, Carriço, Fernando Navarro, Alberto Moreno; Jairo (Perotti, m. 62), Rakitic, M’Bia, Vitolo (Reyes, m. 83); y Bacca (Gameiro, m. 62). No utilizados: Varas; Cala, Iborra y Coke.
Goles: 1-0. M. 14. Bale. 2-0. M. 27. Bale. 3-0. M. 32. Cristiano, de penalti. 3-1. M. 38. Rakitic, de penalti. 3-2. M. 40. Bacca. 4-2. M. 53. Benzema. 5-2. M. 60. Cristiano. 5-3. M. 63. Rakitic. 6-3. M. 72. Cristiano. 7-3. M. 80. Benzema.
Árbitro: José Antonio Teixeira Vitienes. Expulsó a M’Bia por doble tarjeta amarilla (m. 76). Amonestó a Alberto Moreno, Sergio Ramos, Arbeloa y Khedira.
Unos 70.000 espectadores en el Bernabéu.