La espera se había tornado en inquietud. El silencio reinante en aquella pequeña sala adjunta al gimnasio, en el Campus de Entrenamiento de Las Vegas, se había roto con la llegada escalonada de los protagonistas. Saludos, sonrisas y miradas cómplices se sucedían mientras llegaba hasta el último de ellos. El ambiente se había agitado, como premonición de lo que tenían entre manos los allí reunidos.
No fue hasta que la sala volvió de nuevo a la calma hasta que uno ellos decidió tomar la palabra. Era un hombre trajeado, con tez clara y arrugada, pelo castaño y ojos claros, cogió aire e inició su arenga: “Ha llegado el momento, muchachos. Hemos estado esperando mucho tiempo para llegar aquí”. El discurso sencillo y sin excesos terminó con un impacto certero: “… No hay nada, absolutamente nada comparable a conquistar esa medalla de oro”.
Tras oír el disparo efectuado por su asistente ejecutivo, Jerry Colangelo, Mike entendió que era su momento. Se levantó, cogió una de las agendas que yacían sobre la mesa, la levantó al aire y señaló a la portada. En ella lucía una réplica exacta de la medalla de oro, una bandera de los Estados Unidos y el emblema de USA Basketball. Entonces, hinchó el pecho y exclamó: “Este es nuestro objetivo. Quiero que lo veáis todos los días. Que sepáis por qué estamos aquí”.
Krzyzewski continuó la arenga ante la atenta mirada de los allí presentes: «¿Veis esto? Este anillo (señaló al que había logrado como asistente de Chuck Daly en Barcelona 92) tiene ya dieciséis años. Quiero uno nuevo. Hoy es el último día que lo voy a llevar puesto, porque el siguiente que llevaré en mi mano será la prueba de que nos hicimos con la medalla de oro”.
Mike terminó sus palabras pidiendo a los presentes una aportación. Uno detrás de otro, dieron su pequeña versión de qué aptitudes debía tener el grupo, mientras el entrenador las apuntaba en una pizarra. Así hasta 15, esos serían los ‘mandamientos’. Con ese acto la reunión había acabado.
Estaba todo listo para la gloria, los nombres de los elegidos fueron: Dwayne Wade, Lebron James, Kobe Bryant, Carmelo Anthony, Dwight Howard, Chris Bosh, Deron William, Chris Paul, Tayshaun Prince, Carlos Boozer, Michael Redd y Jason Kidd. En ese mismo momento, mientras una decena de futuros Hall of Fame salían de aquella pequeña sala Krzyzewski suspiró fuerte. En su mente habían aparecido dos momentos.
El primero era el rostro de su hija pequeña, Debbie, mientras le preguntaba: «¿Y qué pasa si perdéis?» Mike nunca contesto a ello, más allá de un encogimiento de hombros, cómo si no quisiera contemplar dicha opción. A ese primero le siguió rápido el segundo, la derrota a manos de Grecia en el Mundial de 2006. Se rehízo rápido, vio a sus muchachos salir y se juró que no volvería a ocurrir.
El inició fue tres años antes
El binomio Krzyzewski USA arranco tres años antes de aquella reunión en Las Vegas. Curiosamente, el punto de comienzo de la aventura. Mientras en el exterior el asfalto parecía fundirse con el caucho de los neumáticos, en el interior del restaurante Michael´s la temperatura era más que agradable. Entre el bueno vino y la exquisitez en sus platos, Colangelo y Krzyzewski habían hablado largo y tendido. El viejo zorro de Chicago dejó la puerta abierta: “Se lo debemos, Mike”. Y no dejó la respuesta al impulso, “no tienes que contestar ahora”.
Tres meses y algunos días más tarde, Krzyzewski apareció junto a Chuck Daly y Cal Ackerman en Nueva York. “Para un entrenador éste es el mayor honor que puede recibir. La oportunidad de dirigir al equipo que representa a tu país”, con estas honorables palabras tomaba las riendas del equipo nacional de Estados Unidos.
Meses más tarde, al mismo tiempo que Kobe Bryant certificaba su ausencia para el mundial dio una de las claves del nuevo proyecto. En un correo electrónico, la estrella se disculpaba por su ausencia, confirmaba su presencia en Pekín y arrojaba luz al nuevo proyecto: ‘El Dream Team defensivo’.
Japón fue un traspiés en el megaproyecto, un resbalón que a la postre sirvió de acicate para lo que vino después. Krzyzewski y sus pupilos avanzaron sin sobresaltos hasta las semifinales. En aquel partido, los griegos destrozaron a los norteamericanos con una exhibición del 'pick and roll'. Una demostración liderada por tres baluartes como eran Papaloukas, Diamantidis y Spanoulis. Con ellos tres, el poste era lo de menos, daba igual, ya fuera Schortanitis (se dio a conocer ante el mundo) o Kakiouzis. Tras acabar el partido al seleccionador norteamericano solo podía articular la palabra ‘sorry’ mientras observaba a Collangelo.
El desastre griego fue fundamental para la conquista del oro
No podía volver a ocurrir aquello. El equipo se conjuró en West Point bajo la férrea disciplina militar. Los entrenamientos parecían verdaderos duelos a vida o muerte y en más de una ocasión se temió por la integridad de alguno de ellos. Tras unas leves modificaciones en los entrenamientos el equipo estaba listo y dispuesto para retomar su trono.
Bryant actuó de líder. Se denominó a sí mismo como el ‘stopper’ de la estrella rival. La estrella ya retirada de los Lakers ha obstentado una de las personalidades más ganadoras de la historia. Si se había propuesto defender, pocos lo harían mejor que él. Su fiera intensidad pronto se contagió al resto y en especial a Lebron. El de Akron sería la pieza angular. En la fisionomía de James, la frontera entre el ‘dentro fuera’ se difumina hasta ser inexistente, un baluarte para el juego FIBA. Paul, Prince o el enérgico Wade estaban listos para hacer sangre. Además, junto a Krzyzewski estaban el mejor entrenador defensivo de la NBA Nate McMillan y el de la NCAA Jim Boeheim y el maestro de la transición Mike D’ Antoni. Una muralla de atletas musculosos, bien ordenados y que eran capaces de volar literalmente hacía la otra canasta.
Una fortaleza inexpugnable rodeando el aro, sí. Pero tampoco se podía olvidar que también eran algunos de los jugadores más talentosos de la historia. Bryant, Lebron, Wade, Carmelo, Bosh, Howard, Paul, Kidd o Deron eran jugadores acostumbrados a sumar dos decenas de puntos por noche. Muchos de ellos ya figuraban entre los anotadores históricos. La combinación era irreal.
A lo largo de la preparación y durante los juegos ningún rival fue capaz de tener cierta esperanza de llegar igualados siquiera a los primeros cinco minutos. No así en la final. El España vs. Estados Unidos regaló al espectador la mejor final olímpica de la historia. Y Krzyzewski se sinceró años después: “Sin todos aquellos días de preparación no habríamos sido capaces de ganar a España”. De hecho, hay muchos que piensan que si no hubiera sido por los árbitros España habría ganado.
Pedro Ruiz