Una nueva era, ajena a la emersión de los jóvenes e intacta ante el paso del tiempo, emerge para recuperar un lugar que nunca entregó sin resistencia. Rafael Nadal y Roger Federer, una década después, quieren instaurarse en lo más alto. Sus batallas han revivido en 2017, y las sensaciones invitan a pensar que la inercia de estos primeros meses de competición perdurará en lo que resta de curso. Tras lesiones que les apearon de la competición, ambos han regresado con la frescura y el hambre necesarios para inclinar a quienes parecen haber tocado techo.
Once años después el suizo encadenó la triple corona (Australia, Indian Wells y Miami). En las tres trayectorias amargó a Nadal, que encontró tras el evento californiano el auxilio que ansiaba. “Probablemente no compita más hasta Roland Garros”. Lo dijo Federer, que inmediatamente dibujó una sonrisa en la cara del español, agrandada con la llegada de la tierra batida. Su superficie idílica, allá donde nadie en la historia le discute, se plantea como el mejor momento para alzar el primer título de la temporada.
Montecarlo ha confirmado la regla: Murray y Djokovic son vulnerables. El escocés, que acabó en la cima 2016, no se asemeja a ese tenista incapaz de ser desarbolado por su contrincante. Ya no es un muro, y sus errores no forzados se disparan. Lo del serbio también es preocupante. Se esperaba una reacción, pero no ha llegado. Conquistó el título en Doha y desde entonces no ha vuelto a superar la barrera de los cuartos de final en ningún otro torneo. Poco, para un hombre que hace menos de un año entraba en las quinielas para ganar todos los Grand Slam en un curso. Ahora, su actitud no parece la adecuada, y su elección a lo largo de los intercambios tampoco.
En mitad de esa tormenta el que sobrevive es Nadal, avalado por un cuadro que nada tiene que ver con el que en un principio se preveía. Ni rastro de Dimitrov, Djokovic y Murray. Tras doblegar con apuros a Edmund y con solvencia a Zverev, Schwartzman y Goffin, este domingo ha inclinado a su compatriota Albert Ramos (6-1 y 6-3), que por primera ocasión se ha colado en la final de un Masters 1000.
París le aguarda. Ahí ha levantado hasta en nueve ocasiones la Copa de los Mosqueteros. Ahí por última vez sonrió en un Grand Slam. El manacorense desliza mejor que nadie sobre la Philippe Chatrier, donde su saque no es una desventaja. Su derecha corre, y el, desde el resto, es capaz de ganar los partidos. La agresividad adoptada sobre cemento, una fórmula que ha resultado satisfactoria, lo es más sobre un terreno más reconocible para él, donde los intercambios se suceden con una mayor frecuencia. El balear está preparado. De momento ya ha dado el primer paso.
Alberto Puente