El circuito femenino vivió la pasada temporada un momento atípico. Algo similar a lo que aconteció este curso en la ATP cada vez que Nadal o Federer quedaban fuera de combate. La ausencia de Serena Williams abrió un abanico de posibilidades al resto de candidatas, que pugnaron por cotas que nunca antes habían alcanzado. Cuatro campeonas diferentes de Grand Slam y cuatro números uno a lo largo de un curso, una diversidad que se ve amenazada por el regreso de la estadounidense, cuya última cita fue el Abierto de Australia. Se coronó, y después causó baja el resto del año por su embarazo.
Hubiese sido una despedida por todo alto, con 23 Grand Slam, uno más que Steffi Graf. Sin embargo, la menor de las Williams se resiste a dejar paso al resto. Ha anunciado que volverá a competir en 2017, una amenaza indirecta al resto de competidoras, que la tienen un respeto desmedido. La propia Garbiñe Muguruza ha mencionado recientemente que Serena “será la favorita”, pese a la inactividad que ésta arrastra. Una muestra de la hegemonía que la americana ha instaurado en el circuito femenino en los últimos quince años. Sólo sus lesiones han dado un respiro al resto.
Es el momento idóneo para que el resto del circuito demuestre que su tiempo se ha agotado y hacerle replantearse la retirada. Esa lista debe estar encabezada por Muguruza, designada por la ITF como mejor jugadora del 2017. La española ha presentado su candidatura desde que emergió en el circuito. Con sólo diecinueve años ya demostró que los grandes escenarios y las rivales de altura eran lo que más le motivaba. Ella misma se ha encargado de repetirlo en diferentes ruedas de prensa a lo largo de su trayectoria.
En 2015 alcanzó la final de Wimbledon en lo que fue su gran presentación al mundo, aunque su verdadero recital llegó en París. Precisamente frente a Serena Williams, aquella a la que idolatró de joven y a la que espera relevar en la cúspide. Garbiñe le dio a la americana de su propia medicina, con golpes profundos, siempre en la búsqueda del winner. Y lo que es mejor, soportó intercambios, ese plan B que tanto se le ha exigido a la nacida en Caracas, y que por momentos ha exhibido en el último mes. A base de golpes, ya sabe a ciencia cierta que los partidos se le pueden escapar en apenas una hora.
Sea como fuere, su adaptación a todas las superficies está más que comprobada. En Wimbledon el destino la cruzó con otra Williams, Venus. Y también supo batirla. Un triunfo que a la larga le impulsó hasta el número uno. Ese codiciado lugar le fue arrebatado a final de año por Halep, con la que pugnará, además de con Wozniacki, por el trono en el torneo de Brisbane. Una ardua batalla por presentarse con todos los galones en el Abierto de Australia, donde ya esperaría Serena Williams. A sus 24 años, el talento de la española está fuera de discusión y es la más preparada para presentar oposición a la estadounidense.
La número dos del mundo disfrutó de unas cortas vacaciones en Asia y en Andalucía antes de regresar a los entrenamientos. La pretemporada la ha realizado en Los Ángeles, debido a su pasión por la playa y por lo exótico, a la par de que es un lugar más que idóneo para empezar a entrar en tono. Sobre la misma arena de las costas se ha dejado ver en ejercicios de carrera. Allí, además, reside Sam Sumyk, su actual técnico. Pese a los continuos vaivenes de su relación profesional, él, al igual que en su día Alejo Mancisidor, ha sabido encontrar la tecla para que Garbiñe asiente la cabeza. Eso sí, con la ayuda de Conchita Martínez, otra de las artífices del éxito de Muguruza. El futuro dirá, pero a día de hoy es la mejor situada para acabar con la carrera de una pletórica Serena.
Alberto Puente