Aún no es momento para las lágrimas, que llegarán, a unos u otros, en torno a las 11 de la noche, para cuando el árbitro pite el final del partido. 90 minutos de fútbol que han hecho que casi 70.000 madrileños se escurran, Tajo abajo (el Manzanares no deja de ser un afluente del Tajo y Lisboa, si desembocadura), hasta hacer tope en Lisboa.
Plaza del Comercio, Rossío, Chiado, Barrio Alto, son posiciones que toman colchoneros o merengues, en un festival de camisetas que deja perplejos a los siempre pacíficos lisboetas. En la mañana del día de la gran final, hay hermandad dentro de las distancias.
La UEFA y sus patrocinadores han montado un enorme espacio a propósito de la final en la majestuosa plaza del Comercio. Aunque la pantalla gigante, de momento, parecía que no va a transmitir el encuentro, se ha permitido en dos espacios diferentes de la ciudad. Miles de aficionados de ambos equipos, sin entradas, tomarán al asalto bares y restaurantes a lo largo de río para poder ver el encuentro.
El Madrid se aloja a pocos metros de la embajada española, en el Tívoli, hotel solemne y tradicional, el Real Madrid. Frente a él, la “Fan zone” madridista. El Atlético está a menos de un kilómetro, en el hotel Tiara. Las cercanías del río son, de momento, terreno neutral.
“Desde los tiempos de Felipe II no se veía tanto español en Lisboa. Y desde los de Vasco da gama, tanto dinero”, explica una española de Lisboa
Mientras, en el cielo, un tráfico aéreo inusual sigue trayendo aficionados a la pacífica y desbordada Lisboa. Los atascos en el principal acceso a la ciudad, el puente 25 de Abril, han sido de más de dos horas esta mañana. Los precios de la hostelería se han duplicado: “Desde los tiempos de Felipe II no se veía tanto español en Lisboa. Y desde los de Vasco da gama, tanto dinero”, explica con sorna una ciudadana española residente en la capital portuguesa.
Las camisetas de Ronaldo son omnipresentes en los puestos de souvenires, mientras que, con poco ojo comercial, han puesto en venta unas bufandas con un extremo colchonero y otro, merengue. Fracaso total.
Porque en la curiosidad de que la final de la Champions League jueguen dos equipos de la misma ciudad, ha sido necesaria la diferenciación. Quizás porque son más llamativas, por las calles predominan las camisetas rojiblancas. Los blancos optan por banderas, casi todas combinadas con la enseña nacional.
De momento, horas antes de que empiece el partido, el duelo se dilucida en las garantas: el “¿Cómo no te voy a querer, si me has hecho campeón de Europa por novena vez?” madridista, contra el elegíaco himno atlético: “Peleas como el mejor, porque siempre tu afición, se estremece con pasión”. Joaquín sabina, en carne mortal, entonaba a la hora de la siesta el himno rojiblanco en el parque de Eduardo VII, a pocos metros de la zona colchonera.
Como el mismo decía, “qué manera de sufrir, qué manera de vivir”. Madrid, Tajo abajo, dilucida cuál va a ser este año el primer equipo de Madrid. Algo más importante para las aficiones aún que ser el mejor equipo de Europa.