Un vendaval y un techo poco sólido sembraron la polémica en el mes de febrero, cuando pese a su insistencia el Real Madrid se quedó sin disputar su envite en Vigo. Las competiciones europeas en las que ambos conjuntos se hallaban inmersos dejaban una incierta fecha para el encuentro. Finalmente la escogida fue la recta final del campeonato doméstico, donde no afectó un ápice que el Celta no tuviera nada en juego, pues el ambiente era el de las grandes citas, y la actitud de los jugadores la propicia para dar un susto a los blancos.
La presión local en el inicio fue elevada y puso en complicaciones al equipo de Zidane, que halló la tranquilidad momentánea en el de siempre. Un desmarque de Isco derivó en un balón en la frontal. Cristiano acudió, piso el esférico, y lo empaló a la red de un zurdazo, para tranquilidad de los suyos. A partir de ahí, poco a poco el Celta ganó peso en el partido, a merced de un Aspas que asumía los galones.
Los locales, primero a balón parado y después en sucesivas jugadas, acosaron el área blanca. La falta de acierto, y la mala toma de decisiones les impidió sacar algo positivo de la primera mitad.
Tras la reanudación, una maravilla de Isco permitió que Ronaldo ampliara las diferencias. Con el envite sentenciado, surgió la polémica. Aspas cayó en el área, pidió penalti, y el colegiado de forma incomprensible le expulsó. A él y a los técnicos del banquillo vigués. En medio de la locura, y tras un penalti sobre Cristiano que el árbitro no vialumbró, Marcelo fraguó un tanto que entregó a Benzema, para apuntillar el partido. Kroos, a ùltima hora, se sumó a la fiesta. El Madrid, que recupera el liderato, puede pernitirse un empate en La Rosaleda.
Alberto Puente