Los especuladores mantienen a España en el punto de mira. No sólo porque han hecho que nuestra prima de riesgo pierda en pocas jornadas lo que ha ganado en meses, sino también a través de las posiciones cortas. Este lunes se supo que han aumentado sus apuestas bajistas en otras 11 compañías y eso es una mala noticia para nuestra economía.
Dejando de lado las ineficiencias del mercado, que permiten que estos depredadores continúen a sus anchas después del daño que han causado en la crisis, es algo duramente sintomático. Primero atacaron a nuestra deuda, lo cual es muy malo porque suscitó entre otras cosas los rumores sobre el temido rescate. Después, se volcaron con nuestra banca, algo doblemente preocupante. Ahora se han cebado con empresas industriales, farmacéuticas, energéticas, de servicios, de medios de comunicación, tecnológicas y, por supuesto, financieras.
Sólo permanece inasequible al desaliento Telefónica, que cuenta con el favor de los inversores, aunque sólo sea por el suculento dividendo que mantiene contra viento y marea. Pero otros colosos de nuestra Bolsa también están castigados por las posiciones cortas, que ganan dinero cuanto más caiga la cotización de un valor.
Si los inversores extranjeros creen que se puede ganar más dinero a la baja es que descuentan un escenario malo para nuestro país. Lo mismo ocurre con la prima de riesgo: si se agranda es porque muchos operadores venden deuda española. Las posiciones cortas, además, disparan la rapidez de la caída, entre otras cosas porque los inversores en general, al otear buitres merodeando, elevan su prudencia y venden todavía más. La historia está llena de comportamientos de este pelaje.
Es una mala cosa que los buitres estén merodeando en nuestros mercados. Debemos trabajar todos para mejorar la imagen de nuestro país. El Gobierno ya lo está haciendo desde hace más de un año y las compañías españolas deberían hacer lo propio, intensificando su contacto con los inversores.
Nuestra economía debe hacer todo lo contrario. Debemos seducir a los inversores, convencerles de nuestra solvencia y lanzar un mensaje claro. Sólo así lograremos que desaparezcan los buitres.
Otra cosa es, sin embargo, que puedan ponerse cortos inversores que, a su vez, emiten informes favorables a sus intereses particulares y por tanto, poco fieles a la realidad y que también puedan vender productos financieros a sus clientes, también en función de sus posiciones. Es decir, cuando les convenga soltar de encima un determinado activo, vendérselo a un cliente. Esas prácticas han sido las de la gran banca de negocios.
Una gran reforma de esta crisis continúa pendiente. A estas entidades anglosajonas se les ha rescatado para evitar su quiebra, pero luego su modo de operar puede llevar a la quiebra a empresas de economía real o incluso países.
La otra es frenar la especulación, obligando a que los derivados aparezcan en balance, se cubran más, (especialmente cuando se firman sobre materias primas) y se sepa más sobre el cliente final, que suele estar bien cobijado en paraísos fiscales.
M.L.T.