Divididos entre hacer lo que debe, aún a riesgo de ser “humillante” o rebelarse hasta caer en el caos más absoluto. Es la situación que vive Grecia estos días gracias a unos dirigentes políticos ineptos que han llevado a cabo una de las peores negociaciones de la historia y también la del partido del Gobierno. Syriza, el partido de extrema izquierda que gobierna en Grecia, está rota. El partido dirigido por el primer ministro griego, Alexis Tsipras, es un fiel reflejo de lo que vive la sociedad griega. Más de la mitad de los miembros del Comité Central han rechazado el acuerdo al considerarlo una “humillación”.
La situación no acaba ahí, puesto que, para no caer en el caos más absoluto (lo que supondría un Grexit) el Parlamento griego debe votar a favor de unas reformas durísimas. Los 300 diputados deberán pronunciarse sobre la modificación del IVA, la reforma de las pensiones, un fondo de privatización y la independencia de la autoridad estadística. La paradoja es que la ley podría ser aprobada gracias a los partidos de la oposición y no a los del Gobierno, algo inédito que refleja la compleja situación griega, aunque de momento no son más que suposiciones.
Ruptura total
De los 201 miembros que componen el Comité Central, 107 han dicho ‘no’ al acuerdo pese a que Tsipras se ha defendido aludiendo que se siente obligado. Varios cargos ya han anunciado que se marchan del Gobierno aunque el nombre que más sobresale es el de la viceministra de Finanzas, Nadia Valavani, alegando que las medidas son “inútiles”. Sus palabras se unen a las del exministro de Finanzas, Yanis Varufakis, que ha subrayado que “no voy a aceptar eso. Que no cuenten conmigo”.
La realidad es que más allá de lo que pase en las próximas horas o días, la coalición de izquierdas parece tocada y hundida. La desastrosa negociación llevada a cabo, el corralito (los bancos otro día más cerrado) y control de capitales impuesto en el país (que durará más tiempo del que se dice oficialmente) y finalmente el peor acuerdo posible con los acreedores podrían convertirse en la tumba del partido y de sus líderes económicos.