Sesenta millones de turistas; sesenta y un mil millones de ingresos. Ese es el balance de los primeros nueve meses del año. Si el último trimestre se comporta como en 2015 podría pensarse en más de ochenta millones de visitantes.
¿Puede España multiplicar casi por dos su población con un mismo nivel de infraestructuras?. En el fondo de la “turismofobia” que se respira en muchos sitios late una evidencia: no sabemos si hay sitio para el becerro de oro.
Y el caso es que necesitamos el turismo. Los sesenta mil millones citados suponen siete puntos del PIB en los nueve primeros meses del año; en el primer semestre, el saldo turístico ha sido prácticamente el doble del saldo de la balanza de pagos española. El empleo vinculado al turismo explica el veinte por ciento del crecimiento del empleo en los primeros nueve meses del año.
El gasto turístico
El gasto total realizado por el turismo extranjero superó los ya citados sesenta y un mil millones, un aumento del 7,6% respecto a 2015. Sin embargo, el gasto medio por turista crece un 3,2% hasta los 135 euros por persona. Que el gasto medio crezca menos que el aumento global del gasto o que el número de turistas, un diez por ciento más que el año pasado, indica que estos se están apretando un poco el cinturón.
Saber como lo hacen es importante para la industria turística española. Este ajuste es el que ha permitido, por ejemplo, al turismo británico – 21% del gasto y 24% de turistas- superar el impacto de la caída de la libra. En general, se esta reduciendo el tiempo de estancia y se buscan ahorros en alojamiento, para seguir gastando en actividades y hostelería.
Las aglomeraciones se producen en Cataluña (con el 22,6% del total), Islas Baleares (18,7%) y Canarias (17,7%); Andalucía acumuló otra cantidad significativa de un 14,2%. Debe destacarse que la Comunidad de Madrid viene experimentando aumentos por encima del 30% de visitantes, mientras las otras Comunidades parecen más saturadas.
El análisis de los gastos permite constatar que se reduce el gasto en alojamiento hotelero. Teniendo en cuenta que el tiempo de estancia solo se ha reducido en dos décimas, se puede deducir que los turistas extranjeros han optado por alojarse en estancias más económicas, incluso haciendo uso de viviendas no reguladas.
Crisis en el modelo de alojamiento
La factura hotelera creció un 5,6% frente a un aumento de usuarios del 7,4%. A partir del primer trimestre, la tasa de crecimiento del alojamiento en hoteles se ha ido reduciendo a favor de los establecimientos extrahoteleros y otras opciones.
La utilización de apartamentos turísticos regulados ha crecido un 10%, un 7,1% la utilización de camping y un 21% el turismo rural. Es decir, se percibe una saturación del cuadro hotelero en beneficio de otras alternativas, bien sea por precio o bien sea por saturación hotelera.
Pero la tendencia apunta al turismo irregular. Según los datos del INE, 7,4 millones de turistas se han alojado en los nueve primeros meses del año en “viviendas de familiares y amigos”; no cabe duda de la hospitalidad hispana pero parece dudoso que españoles y españolas invitemos a tanta gente. Dicho de otra manera, un 12% del turismo extranjero esta fuera de mercado y probablemente en economía sumergida.
La página Inside Airbnb que analiza los datos de esa red colaborativa, apunta que solo en Barcelona, Madrid y Mallorca se ofrecen 33.572 apartamentos y habitaciones. Debe decirse que no parecen experiencias muy colaborativas basadas en intercambios: más del 60% de los oferentes ofrecen más de una vivienda y hay verdaderos negocios inmobiiarios disfrazados.
Buscando establo al becerro de oro
La situación se ha apoyado en factores externos, sin duda. El más relevante – la inestabilidad política en destinos alternativos – permanecerá previsiblemente durante mucho tiempo. No así el valor de la moneda o el precio de la energía que ayudaron a mejorar la tradicional presencia británica.
En todo caso, la economía española tiene retos insoslayables: el del sostenibilidad de las plataformas territoriales en las zonas más saturadas; la de ofertar destinos y actividades alternativas, la de regular el creciente espacio sumergido que ofrece la llamada economía colaborativa.
Y tiene un evidente déficit de financiación tanto de las infraestructuras locales puestas en tensión por la llegada masiva de turismo como otras, por ejemplo, los aeropuertos, al límite de capacidad: el ochenta por ciento de turismo llega por vía aérea, con tasas de crecimiento del 11% anual, pero con las mismas pistas de siempre.
Insuficiencias todas ellas en las que se sostiene la “turismofobia” que empieza a percibirse, junto a cierta intolerancia cultural sobre la orientación urbana hacia nuevas formas de uso por extranjeros.
Tenemos becerro pero el establo puede ser insuficiente y la hospitalidad menguante.
Miguel de la Balsa | Beatriz Jiménez