Una empresa le paga un salario de miseria; incluso decide no pagarle, pero tampoco despedirle para que Usted pueda ir al paro. Será, hasta que los juzgados decidan – un suplicio temporal y económico- un simple esclavo. El primer sector económico del país le ofrece un empleo, probablemente le paguen en negro, le hagan hacerse falso autónomo o su jornada sea ilegal.
La economía se ha desconectado de la inversión y del empleo. El medio de comunicación más popular del mundo (Facebook) no genera contenidos ni contrata periodistas. El más importante proveedor de alojamiento (Airbnb) ni invierte, ni tiene viviendas, ni contrata empleo. La compañía más importante de taxis (Uber) no tiene taxis ni contrata taxistas, solo autónomos. La comercializadora mas valiosa del mundo (Alibaba) no tiene stocks ni almacenes. El mayor distribuidor de café saludable del mundo no tiene cafeterías ni contrata camareros.
Esta es la economía que estamos viviendo: salarios bajos, baja productividad, baja inversión.
La última década ha sido testigo de una reducción de los salarios reales en casi todos los sectores económicos del país. Los contratos inferiores a una semana no han dejado de aumentar.
Durante el mismo período, el subempleo, personas que trabajarían más horas si estuvieran disponibles, también ha aumentado. En la década de 1990, la pobreza se asociaba con hogares sin trabajo. Hoy, la pobreza se produce en hogares donde al menos una persona está trabajando.
El mercado laboral flexible que trajo la reforma impuesta por el PP tras la crisis ha resultado en baja productividad, baja inversión y bajos salarios. La razón del débil gasto de los consumidores se encuentra el la caída brutal de las rentas del trabajo.
Temporalidad y rotación
La creación de empleo sigue concentrada en gran medida en los sectores menos productivos que tradicionalmente han impulsado la economía española, con débiles evidencias de cambio hacia un modelo basado en actividades de mayor valor añadido y con una contribución limitada del empleo público.
La precariedad laboral, en sus diferentes formas, afecta a la mayoría de la población activa y ha aumentado durante la crisis: temporalidad, tiempo parcial, empleo autónomo dependiente, devaluación salarial, repunte de la siniestralidad laboral. La etapa de crecimiento ligada a la burbuja inmobiliaria se caracterizó por elevar la precariedad y la desigualdad. La recesión y la larga crisis dispararon aun más los niveles de desigualdad y pobreza laboral. El inicio de la recuperación económica viene marcada por el repunte de la temporalidad del empleo creado.
Pobreza y desigualdad
El acceso a un empleo (y un salario) ya no garantiza condiciones vitales y económicas suficientes para una parte relevante de la clase trabajadora. Diversos indicadores confirman este aumento de la desigualdad: aumenta el peso de la población trabajadora con ingresos por debajo del umbral de pobreza, aumenta la brecha salarial entre los que más ganan y los que menos.
1.241.800 hogares tienen todos sus miembros activos en paro, y pese a haber mejorado desde el fin de la recesión, sigue triplicando los niveles previos a la crisis. La cifra de hogares donde todos sus miembros activos están en paro aumentó en lo que va de 2018 en 31.300, afecta ya al 9,3 por cien de los hogares.
1,1 millones de personas carecen de ingresos (el doble que antes de la crisis). En el primer trimestre de 2018 carecían de ingresos laborales (salario, pensión o desempleo) un total de 608.600 hogares.
La desigualdad en los ingresos dentro de la población asalariada también se ha disparado evidenciando la precarización y creciente dualización de las condiciones laborales de la clase trabajadora. La brecha que separa a los altos salarios de los bajos salarios no ha dejado de aumentar. En 2007 el salario medio del diez por cien de la población que más ganaba equivalía a 7 veces el salario medio del diez por cien que menos ganaba. En 2016 esta brecha salarial había aumentado hasta suponer 10 veces el salario medio de los que menos ganan.
No solo ha aumentado la desigualdad, también se han deteriorado las condiciones materiales y ha aumentado la pobreza entre los estratos de población con salarios más bajos. El salario medio del diez por cien de la población que menos gana ha caído con fuerza durante la recesión, bajando de 501 euros nominales al mes en 2008 a 463 en 2016, depauperando todavía más sus condiciones materiales de subsistencia. Lo mismo ocurre si analizamos el veinte por cien de la población que menos gana: su salario medio cae de 889 euros mensuales en 2007 a 857 euros en 2016.
Domingo Labrador