Occidente está preocupado porque la mayoría de los flujos de capitales que huyen de Estados Unidos o Europa no vuelven a sus mercados
Durante más de una década Doha – la capital de Qatar – fue difícil de vender a mundo, pero los roles de estos eternos aspirantes a jugar un papel en la economía – y la geopolítica, si se presta – del futuro son demasiado jugosos como para perderse en el partido.
Tal ha sido el interés que suscita esta parte del mundo que en octubre se hicieron con el segundo cabeza de cartel de Amundi, la gestora de fondos más gran de Europa con el objetivo de implementarla la inteligencia artificial en la Autoridad de Inversiones de Abu Dhabi donde se mueven activos por más de un billón de dólares.
Ahora, quieren que las inversiones se muevan hacia la Autoridad de Inversiones de Qatar y supervisen las finanzas del Fondo Soberano de Arabia Saudí donde se gestionan hasta otro billón de dólares.
Movimientos que molestan a Occidente. El pasado 2 de abril, Arabia Saudí y sus aliados enfadaron a Estados Unidos cuando el presidente, Joe Biden, tuvo que salir al paso en la zona para tratar de relajar las tensiones con esta monarquía del golfo al anunciar varios recortes de producción de crudo en casi 4 millones de barriles diarios o aterrizado, cuatro de cada diez barriles de petróleo que cada día ven la luz en este mundo.
Se estima que en el próximo año el superávit de cuenta corriente de los petroestados del Golfo Pérsico puede alcanzar dos tercios de un billón de dólares.
Sin embargo, sus bancos centrales ya no recaudan lo que antes – o no lo dicen – por la opacidad que esconde las cuentas de estos millonarios pequeños territorios.
The Economist estima que mucho menos dinero del que va a Oriente Próximo regresa a Occidente mientras que, cada vez más, se está utilizando para promover cambios políticos en el país e ir ganando influencia en el extranjero, lo que hace de sus finanzas globales unas más turbias – si cabe – de las que hemos estamos viendo hasta ahora.
El Golfo, no obstante, tampoco es el único que disfruta de unas ganancias inesperadas por esto de la guerra de Ucrania. El año pasado, Noruega, incrementó las exportaciones de gas a Europa cuando Rusia recortó los suministros, obtuvo un récord de 161.000 millones de dólares en impuestos por las ventas de petróleo, un aumento del 150% desde 2021.
Incluso Rusia, bajo sanciones, experimentó un aumento de esos ingresos del 19%, hasta los 210.000 millones de dólares. Son los estados del Golfo, que se benefician de los bajos costes de producción, la capacidad adicional de producción y su conveniente geografía, los que están haciéndose con el premio gordo. Rystad Energy, una consultora, calcula que se embolsaron 600.000 millones de dólares en impuestos por las exportaciones de hidrocarburos en 2022.
Exante, una firma de monitorización de datos, estima que el superávit por cuenta corriente combinado de Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí ha sido de 350.000 millones de dólares en 2023. Etra cree que los cuatro gigantes aún podrían embolsarse un superávit de 300.000 millones en 2023. Eso hace un acumulado de 650.000 millones durante los próximos dos años.
Tridente de destinos
Millones que viajan y que, según la revista británica, lo han hecho hacia pagos a la deuda externa, préstamos a países amigos y adquirir activos extranjeros.
Empezando por el asunto de la deuda, entre 2014 y 2016, un exceso de petróleo alimentado por el auge del esquisto en Estados Unidos hizo que el precio del petróleo cayera de 120 dólares el barril a 30 dólares, la caída más pronunciada de la historia moderna. Ahora, algunos petroestados están aprovechando los precios más altos para apuntalar sus balances. Abu Dabi, el emirato más rico de los emiratos árabes unidos, ha reembolsado 3.000 millones de dólares desde finales de 2021, alrededor del 7% del total pendiente.
A principios de 2022, el banco central de Egipto, un gran importador de alimentos presionado por los altos precios del grano, recibió 13.000 millones en depósitos de Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. En los últimos años, Arabia Saudí también ha permitido a Pakistán diferir el pago de miles de millones de dólares en compras de petróleo.
La verdadera novedad en este sentido es Turquía. Cuando se le exprimía, Ankara solía recurrir al Fondo Monetario Internacional, pero esto ya no funciona. El 6 de marzo, Arabia Saudita dijo que depositaría 5.000 millones en el banco central del país. Qatar y los Emiratos Árabes Unidos también establecieron 19.000 millones en intercambios de divisas.
Averiguar qué han estado haciendo los fondos soberanos del Golfo es mucho más difícil de lo que sería para, digamos, el fondo de Noruega. Las instituciones del Golfo no actualizan su estrategia, tamaño y participaciones, como lo hace Oslo.
Pero hay pistas. Los datos del Banco de Pagos Internacionales, un club de bancos centrales, sugieren que, inicialmente, la mayor parte del efectivo estaba estacionado en cuentas bancarias extranjeras. En el caso saudí, dichos depósitos valieron 81.000 millones de dólares en el año hasta septiembre, equivalente al 54% del superávit de cuenta corriente durante el período.
Armados con cofres de guerra «en los diez dígitos», compran habitualmente participaciones de 500 millones a 1.000 millones de dólares en empresas. Cada vez es más difícil ver adónde va el dinero del petróleo.
Todo esto son malas noticias para Occidente. Hace dos décadas, cuando los fondos de riqueza soberana se pusieron de moda, a muchos en Occidente les preocupaba que pudieran usarse para perseguir agendas políticas. En ese momento, tales temores eran exagerados. Ahora parecen más razonables, pero pocos están prestando atención.