Los festivales de música han proliferado rápidamente a nivel mundial desde mediados de la década de 2010. En el caso de España, es raro encontrar una provincia en la que no se celebren uno o dos cada año, pero los datos de afluencia de público a este tipo de eventos ponen de relieve que la burbuja puede estar a punto de explotar.
Antes de la pandemia se celebraban unos 800 festivales de música de todo tipo en diferentes lugares de la geografía española, desde pequeños eventos locales hasta festivales de renombre internacional. En 2022, con el levantamiento paulatino de las medidas anti-Covid, el sector comenzó a recuperarse y experimentó un nuevo “boom” ante el interés del público en disfrutar de nuevo de las experiencias musicales en vivo.
Según el anuario de la Asociación de Promotores Musicales, la industria de la música ingresó en 2022 un total de 459 millones de euros por la venta de entradas, lo que supone todo un récord. Los datos de la SGAE confirmaron que más del 70% de esa recaudación procedió de festivales.
Sin embargo, en el último año las cosas están cambiando. A nivel tanto nacional como internacional está quedando patente el creciente desinterés del público en los festivales, lo que ha llevado a más de 100 cancelaciones solo entre Reino Unido y Países Bajos. Incluso el festival estadounidense Coachella está teniendo algunos problemas, y en este 2024 ha registrado la venta de entradas más lenta de los últimos 10 años.
Un fenómeno difícil de mantener a largo plazo
El número de pequeños festivales y macrofestivales ha crecido en los últimos años, pero para los organizadores resulta muy complicado mantener su rentabilidad.
Es difícil encontrar buenos cabezas de cartel que atraigan al público, porque muchos artistas ya tienen cerrada su participación en otros eventos y no pueden compatibilizar las fechas. Además, para las ciudades en las que se organizan los festivales, el evento puede convertirse en un problema de seguridad, ya que muchas veces no cuentan con personal suficiente entre policías, miembros de protección civil y sanitarios.
La escasez de materiales o la insuficiente venta de entradas están entre los motivos más alegados para la suspensión de festivales.
Más allá del precio, la razón que explica la bajada en la venta de entradas es que se aprecia un creciente desinterés por parte del público, que está saturado de eventos y ya percibe los festivales como algo rutinario, lo que hace que el nivel de fidelidad decaiga.
Además, en los últimos años se han incrementado los abusos hacia los derechos de los asistentes, con precios abusivos, gastos de distribución que no se devuelven aunque se cancele el evento, la prohibición de entrar comida desde fuera, la obligación de pagar con pulseras de recarga que luego no retornan el dinero sobrante, e incluso cobrar a los asistentes por salir y volver a entrar en el recinto.
Países Bajos está siendo uno de los países más afectados por este fenómeno, y ya se han cancelado 60 festivales previstos para este año, entre ellos algunos tan populares como Chilville o Psy-Fi. En este caso, la subida del IVA del 9% al 21% en las entradas, es otra de las razones que está provocando un notable descenso en la afluencia de público a estos eventos.
En Australia se ha suspendido el Groovin The Moo, después de 19 ediciones, porque no se han vendido suficientes entradas ante el aumento del precio de los tickets, derivado del incremento de los precios de organización.
En Reino Unido, el mítico Towersey Festival que se lleva celebrando desde 1965, llevará a cabo en agosto la que será su última edición.
En España, aunque el número de cancelaciones de eventos no es tan elevado como en otros países, muchos festivales ya no cuelgan el cartel de “no hay entradas”, cuando hace tan solo unos años estas se agotaban en apenas unas horas.
Especialistas del sector como Joan Vich Montaner, que trabajó durante más de 20 años en el Festival de Benicássim, destacan que el caso de España es especial, porque aquí los grandes festivales necesitan de los asistentes extranjeros para poder sobrevivir, y es que solo con el público español no es suficiente para que todos puedan agotar sus entradas y ser rentables.
En manos de fondos de inversión
En un contexto en el que el sector atraviesa dificultades, el fondo inversor estadounidense Kohlberg Kravis Roberts (KKR) ha comprado al gigante del ocio musical Superstruct Entertainment, con lo que ahora es propietario de acciones en más de ochenta festivales a nivel mundial, entre los que se incluyen el Sónar, Viña Rock y Arenal Sound.
La operación se ha cerrado por 1.476 millones de euros, lo que pone de manifiesto el notable interés de los fondos de inversión en los festivales, porque la música en vivo y los derechos de autor son dos de los sectores más lucrativos dentro de la industria musical.
La concentración del negocio de la música en unas pocas manos ha hecho saltar las alarmas, porque los grandes fondos de inversión también están comprando agencias de contratación de artistas y las agencias de contratación de grandes recintos para conciertos.
Los datos de los festivales apuntan a que la burbuja puede estar a punto de explotar y, sin embargo, los inversores están gastando miles de millones de euros para entrar en este sector. De ahí que los expertos hablen de una posible reestructuración del panorama festivalero, en el que van a ir desapareciendo de forma progresiva los eventos más pequeños y solo van a perdurar los que tienen más solidez y cuentan con el respaldo económico de un fondo de inversión.
Los festivales comenzaron siendo pequeños eventos que agrupaban a los amantes de un determinado género musical y en los que, con frecuencia, los cabeza de cartel no eran artistas conocidos por el gran público, y ahora se han convertido en grandes eventos en los que los artistas más destacados pueden cobrar más de un millón de euros por un concierto. Para algunos expertos del sector musical, el crecimiento desmesurado de los macrofestivales ha acabado con la esencia con la que nacieron este tipo de eventos musicales.