Dícese de una empresa pública convertida en monopolio. No uno cualquiera. La compañía es un eje principal en el sector más importante del país. El mal contexto económico y la mala gestión hacen que dicho monopolio pierda dinero, entre 2008 y 2012, más de 1.000 millones de euros. Por ello, se le somete a un duro ajuste: un ERE de 1.200 empleados y una reducción de la deuda del 20%, todo costeado con fondos públicos. Una vez finalizado el ajuste, junto con la mejora de la economía permite a la empresa obtener sus primeros beneficios en cinco años, 576 millones en 2013.
Por tanto, a finales de 2013 se tiene una empresa pública, perfectamente saneada, y con proyecciones de crecimiento exponencial gracias a su estatus de monopolio. Es entonces cuando, paradójicamente, se decide privatizarla. El resultado de la decisión es más que obvio, el Estado gana mucho menos dinero del que podría haber ganado. Solo en la venta del 49% podría haber ingresado más de 9.000 millones frente a las 4.200 que ingresó.
Se mire por donde se mire, la privatización de AENA ha supuesto un fracaso. Ni el tiempo, ni la forma, ni los resultados han reforzado la decisión tomada por el Gobierno del Partido Popular, que inició el PSOE.
Ni el tiempo
La razón de la privatización de AENA fue una salida rápida para cuadrar las cuentas. No se buscó liberalizar el servicio, ya que el Estado sigue poseyendo el 51% de la empresa. Tampoco fomentar la competencia puesto que se ha mantenido el mismo esquema. Se utilizó a AENA para ganar tiempo con unos ingresos extra. Alfredo Pérez Rubalcaba apuntó esa idea en 2010, en el primer intento de privatización, cuando indicó que el objetivo era “reducir deuda y tener más margen presupuestario”.
En 2010, en pleno derrumbe económico y con turbulencias en los mercados, provocado por el excesivo déficit del país, el Gobierno socialista se aferró en la privatización de algunas empresas públicas para evitar más recortes. Con esa idea, el PSOE creó en 2010 la sociedad estatal Aena-Aeropuertos para posteriormente privatizar su 49%, también se planteó sacar a Bolsa Loterías y Apuestas del Estado. Ambas resultaron un fracaso y el proyecto quedo en el aire, afortunadamente.
Años más tarde, con la mejora de la economía, la fuerte pujanza del sector turístico y el ajuste realizado, AENA se convirtió en un valor muy apetecible para los inversores. Asimismo, el PP veía con buenos ojos un ingreso adicional de cerca de 4.000 millones que subsanasen las cuentas públicas sin necesidad de imponer más recortes dada la cercanía de las elecciones. Todo ello desembocó en la puesta en el mercado de un 49% de AENA, pese a que la totalidad de analistas alertaban de que el valor se multiplicaría después. Las prisas del PP forzaron la privatización y redujo casi a la mitad los ingresos por la mitad de la firma.
Ni la forma
La privatización de la firma pública levanto muchas críticas por la manera en que lo realizó el Partido Popular. En primer lugar, la forma, ya que el sistema no cambiaba. Pasaba de ser un monopolio público a uno privado (aunque siga siendo público con el 51%). Fedea alertó entonces de que no se trataba de una operación de liberalización.
alegaron que para que se necesitaba dicho núcleo si el Estado iba a seguir siendo propietario de un 51%. Por tanto, les pareció más una maniobra para favorecer ciertos grupos y evitar cambiar al equipo directivo
En segundo lugar, también se criticó que la privatización se realizara en dos fases. Un 21% sería para el denominado “núcleo duro” que el Estado otorgó a dedo en un concurso restringido. La idea era que ese núcleo aportase estabilidad a la firma, aunque muchos críticos alegaron que para que se necesitaba dicho núcleo si el Estado iba a seguir siendo propietario de un 51%. Por tanto, les pareció más una maniobra para favorecer ciertos grupos y evitar cambiar al equipo directivo.
Por otro lado, se puso también la lupa en el colocador en bolsa, Lazard. La compañía estaba bajo sospecha por ser la misma que colocó en el mercado a Bankia, que terminó en fracaso estrepitoso y haber tenido contratado años antes a su expresidente Rodrigo Rato. Además, la misma firma fue llevada a los tribunales británicos por la colación de la también empresa pública Royal Mail, ya que una vez colocada las acciones se dispararon un 50% ese mismo día, algo inusual. En el caso de AENA llegaron a dispararse un 20% en su primer día.
Ni los resultados
Al tratarse de un movimiento más a la desesperada, que buscaba ingresos rápidos, que uno estudiado para obtener la mayor rentabilidad posible, el resultado no fue todo lo deseable. La valoración hecha de AENA fue muy inferior a la real, incluido su potencial. El Estado ingresó 4.263 millones lo que suponía una valorar la firma en 8.700 millones. Un año más tarde, la empresa está valorada en 19.102 millones, de los 58 euros pagados a los 127,35 que se pagaría a día de hoy, es decir, que los ingresos podrían haber más que doblado.
En 2007, McKinsey tasó el valor de AENA en 30.000 millones de euros, era antes de la crisis pero el valor era cuatro veces superior al de su salida. En 2011, Boston Consulting redujo esa valoración a cerca de 19.000 millones, dos veces superior. Incluso el presidente de la firma, José Manuel Vargas, cifró el valor de AENA en 16.000 millones, justo antes de su salida a Bolsa. En todas las ocasiones, muy por encima del valor registrado.
No son solo los más de 5.000 millones de euros perdidos por la baja valoración, sino también los beneficios. Antes de su privatización, la firma perdió más de 1.000 millones, en 2013 tuvo sus primeros beneficios y en 2014 ya se había iniciado el proceso. En 2015, gracias al empujón del turismo, registró ganancias por más de 830 millones de euros que obviamente, el Estado solo podrá ingresar menos de la mitad.