«El sentido común es la única
Regla de crítica verdaderamente segura»
(Salvador de Madariaga)
España, dicho sea con dolor, es un país en descomposición. No me refiero al Título VIII de la Constitución ni a la centrifugación secesionista que imprimen los nacionalismos. Hablo de valores, de supuestos éticos sin los que una nación carece de sentido y se convierte en un aprisco gigantesco. Un ejemplo; en la televisión de más audiencia entre todas las de ámbito nacional, en pleno prime time, se convoca a las audiencias con entrevistas a grandes delincuentes -desde Julián Muñoz a Luis Roldán- y se les retribuye por acudir ante las cámaras a contar sus vergüenzas. ¿Cabe mayor abyección en la función orientadora que cabe esperar de un medio de comunicación responsable y en una demanda social que premia con su fidelidad espectadora estos niveles de basura moral y estética?
El proceso viene de lejos y a José Luis Rodríguez Zapatero le corresponde el mérito de haber sabido aprovecharse, electoral y políticamente, de tal degradación. La Educación va de mal en peor y la Justicia no funciona. Dos condiciones que agravan el principio activo de la descomposición nacional. De ahí que una crisis interna en el PP no sea un asunto menor o circunstancial. Sólo el PP constituye una alternativa posible al PSOE.
Antoni Bosh, el recién aclamado nuevo presidente del PP en Barcelona, ha dicho, como para celebrar su éxito, algo inquietante: «Las puertas del PP son muy grandes, tanto para entrar como para salir todos los que no estén a gusto». Nadie, desde la calle Génova, le ha desautorizado y eso es tanto como negar la crítica en el interior del partido. ¿Es eso lo que se pretende? La defensa numantina es siempre heroica, pero sólo sirve para alargar la espera hasta la derrota.
Mientras tanto, tal como titulaba su información el diario El País, «Aznar y Aguirre lideran la ofensiva ideológica en el PP contra Rajoy». Eso, niéguelo quien lo niegue, va a misa. Y es natural. Mariano Rajoy, desde que heredó la presidencia del partido, ha dejado pasar el tiempo en la confianza de que es el tiempo el que todo lo arregla. Nada más lejos de la verdad. Otra cosa es que la crítica y la oposición interna no fluyan por sus cauces naturales y se recurra a la intriga y la conspiración.
Visto lo que da de sí el Gobierno de Zapatero y sus muñequitos y muñequitas de guiñol, la enérgica y crítica presencia del PP es imprescindible. No se ha materializado como es debido en los casi cinco años que ya llevamos de zapaterismo y, puede asegurarse sin temor al error, no llegará a nada concreto -definitivo y determinante- mientras Rajoy, un hombre con demostrada vocación para el naufragio, siga instalado con unos pocos leales en la balsa de la supervivencia.
La presencia de José María Aznar, gran responsable de la situación vigente, ante las Nuevas Generaciones del PP es todo un aviso para náufragos. «En política -dijo Aznar- no se está ni para empatar ni para heredar, se está para ganar». No quisiera sacar la frase de su contexto; pero quisiera pensar, para no evocar aromas totalitarios, que en política se está para servir a los ciudadanos y engrandecer la Nación. En cualquier caso, no se está para intentar perder a toda costa, que es, si nos limitamos a los hechos, lo que viene haciendo Rajoy con su supuesta astucia galaica.
Dicen algunos pepeólogos que Aznar está sopesando su retorno a la calle Génova. Yo no lo creo. Ni Aznar, tan pagado de sí mismo, puede ignorar los riesgos de escisión, y hasta demolición, que supondría la vuelta a un liderazgo al que renunció voluntariamente y de la peor manera posible: nombrando heredero en lugar de propiciar una sucesión razonable, eficaz y democrática.
Lo que está más claro es que en los subterráneos del PP, con el estímulo visible de Esperanza Aguirre, y epicentro en Eduardo Zaplana -bien jaleado y amplificado por El Mundo y la COPE-, se está produciendo un terremoto que trata de reponer valores que no lo son, y ya demostraron no serlo, para eliminar otros que todavía no han tenido oportunidad de demostrar su valía. Rajoy no tiene condiciones ni voluntad de liderazgo; pero, cuidado, siempre cabe la oportunidad de algo peor. Especialmente si se recurre, para su inevitable y urgente relevo, a las malas artes.