El año pasado, según informó el Centro de Información sobre la Pena de Muerte (CIPM), se llevaron a cabo sólo 37 ejecuciones (26 de ellas en Texas), cinco menos que en el año anterior y 51 menos que en 1999.
Aunque levemente, también se redujo el número de convictos que espera ejecución en los corredores de la muerte del país que albergan ahora a 3.309 convictos, frente a 3.350 en 2007 y 3.549 en 1999.
Según explicó CIPM, los casos de pena de muerte exigen enormes gastos especialmente en los de condenados a muerte que muchas veces exigen repetir sus procesos judiciales.
Según la Comisión para la Administración de Justicia de California, ese estado, donde 670 convictos esperan ejecución, gasta alrededor de 138 millones de dólares en la aplicación de la pena de muerte y necesita otros 95 millones de dólares para reparar un sistema «disfuncional» y «al borde del colapso», según sus miembros.
Gastan 90.000 dólares
Para mantener en los corredores de la muerte a los convictos, el estado gasta alrededor de 90.000 dólares anuales más por cada condenado a la máxima pena que si se tratara de un presidiario común. Y ese condenado a muerte tiene que esperar como media unos cuatro años antes de presentar su primera apelación. En todo el país la media de espera entre la condena y la ejecución es de 12,7 años, según CIPM.
Para Jeanne Woodward, ex directora del Departamento de Rehabilitación de California y ex alcaide de la prisión de San Quentin, la solución sería la derogación del castigo. «Si condenamos a los peores criminales a un confinamiento permanente, los recursos que aplicamos en la pena de muerte podrían utilizarse para investigar homicidios, modernizar los laboratorios de investigación y aumentar los programas de prevención de la violencia», indicó.
La situación económica también es difícil en Nuevo México, donde las autoridades judiciales de ese estado advirtieron de que tendrán que abandonarse los casos de pena de muerte, si su Asamblea Legislativa no proporciona fondos para financiar la defensa de acusados indigentes. Una situación similar ocurre en el estado de Utah, donde su Tribunal Supremo anunció que rechazaría todas las condenas a muerte si no se recibían recursos para financiar las apelaciones.
Por otra parte, aunque el apoyo a la pena capital sigue siendo mayoritario, ese respaldo registró una nueva disminución y ahora es del 64%, según reveló una encuesta en octubre pasado. Tras ser restablecida por el Tribunal Supremo en 1976, el apoyo a la pena de muerte era de más del 80%, pero ya en 1999 bajó al 71% y en 2007 al 69%, señaló CIPM.
Se reducen los castigos
A pesar de esas disminuciones en 2008, se mantuvo la disparidad racial en la aplicación del castigo, manifestó Scott Phillips, experto en asuntos judiciales de la Universidad de Denver. Según Phillips, como ocurrió en otros años, la sentencia de muerte fue más probable cuando la o las víctimas eran blancas y no negras. Esa misma situación se planteó en detrimento de los acusados negros en favor de los blancos. Además, la pena de muerte mantuvo su carácter regionalista en 2008 y el 95% de las ejecuciones se realizaron en estados del sur, indicó CIPM.
La aplicación del castigo quedó suspendida a mediados de este año cuando el Supremo decidió analizar recursos de dos convictos del estado de Kentucky que indicaron que el uso de la inyección era inconstitucional. Finalmente, en septiembre, el Supremo rechazó ese cuestionamiento y determinó que la inyección era constitucional como método de castigo.
«Creíamos que después de esa decisión, las ejecuciones aumentarían, pero no ha ocurrido así y los aplazamientos y exoneraciones aumentaron», dijo, Richard Dieter, presidente de CIPM, una organización que dice mantener una posición independiente frente al castigo. Según Dieter, esto se debió a que los tribunales afrontaron denuncias de que no se tomaron en cuenta la lucidez mental de los convictos, su posible inocencia y hasta una denunciada incompetencia de los abogados defensores.