Según sus responsables, esa confianza se debe a que es difícil imaginar un sitio más seguro para guardar tan preciado metal, ya que la Reserva Federal de Nueva York está en una isla donde la seguridad es una preocupación clave y se encuentra a 25 metros bajo tierra (15 bajo el nivel del mar) y en un subsuelo que es pura piedra.
El lecho de roca sobre el que reposa Manhattan es, además de una gran garantía de seguridad, uno de las pocas bases que se consideran apropiadas para aguantar el peso de todos los lingotes y del tremendo búnker en el que está cavada la única puerta de acceso. Esta última consiste en un estrecho corredor de 3 metros de largo creado en el centro de un gran cilindro de acero macizo de 90 toneladas que gira sobre sí mismo para permitir o bloquear el acceso a la cámara.
Ese cilindro forma parte de un gran marco de acero de 140 toneladas de peso, que está integrado en un gran búnker de tres plantas cuyas paredes son de hormigón armado. Al girar 90 grados ese gran cilindro el corredor se alinea con los orificios del marco para permitir la entrada a un búnker que «jamás nadie ha intentado robar», según el citado portavoz.
Para garantizar el hermetismo, una vez bloqueado el acceso, el cilindro se desliza ligeramente hacia abajo para taponar el marco, como si se tratara del corcho de una botella, y luego unos grandes ‘clavos’ recogidos en el marco entran en sus correspondientes agujeros en el cilindro a modo de cerrojos.
«Si alguien se quedara encerrado dentro tendría oxígeno como para aguantar vivo unas 72 horas», explica el guía que gratuitamente muestra el sótano a las cerca de 25.000 personas que cada año visitan esta peculiar cámara.
Una vez superada la puerta se accede a una pequeña estancia desde la que se puede observar el oro, del que el visitante está separado por barras similares a las de una celda.
Contraseñas y seguridad
Sólo tres personas de sendos departamentos del banco (Auditoría, Servicios de Cámara y Custodia) conocen las correspondientes contraseñas necesarias para abrir el enrejado. El pasado de esos empleados, así como el de todos los que trabajan en la sede de la Reserva -un edificio de estilo renacentista italiano con 14 plantas y con fachada de piedra- fue meticulosamente investigado antes de su incorporación al banco.
La entidad cuenta con su propia fuerza de seguridad -donde los agentes deben superar pruebas bianuales de tiro-, con un circuito cerrado de televisión y un sistema de vigilancia electrónica que alerta de la apertura y cierre de las puertas. «Cuando salta la alarma, los oficiales deben cerrar de inmediato todas las salidas y áreas de seguridad del inmueble. Este proceso lleva menos de 25 segundos», explica el guía.
Con todas estas medidas, y muchas otras que se mantienen secretas para no dar demasiadas pistas, se protegen los 266 millones de onzas troy (8.273 toneladas), repartidas en lingotes de unos 12,5 kilogramos cada uno, que ocupan los 122 compartimentos de la cámara. La densidad y dureza de cada lingote es tal que los trabajadores deben utilizar como protección unos zuecos especiales de magnesio. «¿Ven esos pequeños orificios sobre el suelo de hormigón? Los hacen los lingotes al caerse. Imaginen qué le ocurriría al pie de un trabajador», apunta el guía.
A un cambio de 900 dólares (715,6 euros)la onza, el valor de cada lingote ronda los 17.000 dólares (13.500 euros), lo que quiere decir que en la sala hay cerca de 360.000 millones de dólares (286.113 millones de euros) en oro.
Cuando en 1924 se inauguró la cámara, se depositaron desde el extranjero 26 millones de dólares en oro (a un cambio de unos 20 dólares la onza troy). Esa cifra creció rápidamente para llegar a 450 millones de dólares antes de que la Gran Depresión de los años 30 derivara en una retirada masiva que dejó la reserva con sólo 9 millones en 1953. Desde 1972, cuando había unos 14.000 millones de dólares en oro, la cantidad almacenada ha ido bajando gradualmente, aunque su valor en conjunto ha aumentado debido a la fortísima apreciación de este metal en los mercados internacionales.