El acusado, quien tuvo siete hijos con su hija en el sótano de su casa, permaneció de pie durante varios minutos en la sala e ignoró las insistentes preguntas de dos periodistas de la televisión pública austriaca ORF, autorizados por el tribunal a entrevistarle. El comienzo del juicio se produjo sin ningún tipo de incidentes y estuvo seguido por 95 periodistas de todo el mundo, seleccionados por el Tribunal para presenciar el pliego de cargos y la réplica de la defensa.
El proceso comenzó con la lectura del pliego de cargos contra Fritzl, que está acusado de asesinato, esclavitud, violación, privación de libertad, coacción e incesto, lo que le puede acarrear una pena máxima de cadena perpetua. Mientras, los ocho miembros del jurado popular, cuatro hombres y cuatro mujeres, ocuparon sus asientos en la sala principal de la Audiencia de Sankt Pölten.
Andrea Humer, la magistrada encargada del caso, dio lectura a los cargos de que se le acusa y destacó su disposición a proteger a las víctimas ante el interés mediático que el caso ha generado desde que se desveló en abril del pasado año. Sólo si la Fiscalía puede probar que Fritzl es el responsable de la muerte de ese hijo, el acusado podrá ser condenado a cadena perpetua.
Lacónico Fritzl
Fritzl respondió lacónicamente a las preguntas de la juez sobre su edad y procedencia. El acusado ha confesado haber encerrado a su hija Elisabeth, que ahora tiene 43 años, entre agosto de 1984 y abril de 2008 en el sótano de su casa, donde la violó y golpeó sistemáticamente.
Su abogado defensor, Rudolf Mayer, que ha recibido amenazas por tener a un cliente de esa ralea, declaró a la prensa que Fritzl ya se ha hecho a la idea de pasar el resto de sus días en la cárcel. Sin embargo, precisó que su tarea como abogado defensor consistirá en convencer a los ocho miembros del jurado de que su defendido no es «un monstruo sexual», sino que de alguna forma quería a su hija Elisabeth.
«Mi madre nunca me quiso. Ella ya tenía 42 (cuando él nació). No quería ningún niño y actuó en consecuencia. Ella me maltrataba», explicó a las preguntas de la juez Andrea Humer sobre su condición de hijo no deseado. Con la voz rota por momentos, el acusado relató que las tornas cambiaron a medida que él crecía y su madre envejecía, y que con doce años empezó a defenderse de las agresiones de su madre, quien murió también tras años de estar encerrada en el piso superior de su casa, donde él tapió las ventanas para que ella no viera nunca la luz de sol.
En sus entrevistas con la psiquiatra, Fritzl confesó que temía a su madre más que a ninguna cosa y que la odiaba por sus continuos insultos, en los que lo tildaba de «satán, inútil y criminal» y le prohibía practicar deportes y tener amigos. Aquel peritaje subrayó la falta de empatía de Fritzl con el sufrimiento ajeno y la instrumentalización de los demás en beneficio propio, algo producido por la falta de afecto de su niñez, que le ocasionó una gran inseguridad. Esa inseguridad la intentó ocultar con una creciente tendencia despótica sobre las personas que le rodeaban y que incluso le llevó a decir que siempre quiso «poseer una persona».
24 años en la casa de los horrores
Según la fiscal, Christiane Burkheiser, Elisabeth Fritzl pasó los tres primeros años de cautiverio en el sótano de la casa familiar sin agua caliente, ducha o calefacción y al principio hacía tanto calor que las paredes se llenaban de condensación. La fiscal también explicó que uno de los aspectos más «espantosos» del cautiverio de Elisabeth fue la «incertidumbre de no saber cuándo (Fritzl) bajaría y la violaría ante los ojos de sus hijos».
El testimonio de Elisabeth Fritzl fue grabado para evitar que tenga que presentarse ante su propio padre y autor de innumerables violaciones y malos tratos en esos años de cautiverio. En grabaciones que suman 11 horas de declaración, la mujer contará cómo su padre la encerró en un sótano a los 18 años, cómo la mantuvo un tiempo encadenada, cómo la violó sistemáticamente y cómo dio a luz a siete hijos, uno de los cuales falleció poco después del parto, lo que puede valerle a su padre una condena por homicidio voluntario.
Elisabeth relatará cómo fueron los 24 años que pasó encerrada en un zulo de 60 metros cuadrados, sin luz ni ventilación natural, donde crió a tres hijos que no conocieron otra cosa que ese húmedo sótano hasta que fueron liberados el pasado abril. Los otros tres niños, los más débiles y ruidosos, fueron llevados sucesivamente por su padre-abuelo a vivir a la superficie con él y su esposa en la localidad de Amstetten, a 130 kilómetros de Viena. Para poder justificar la repentina presencia de nuevos niños en la casa familiar, Fritzl afirmó que los pequeños habían sido abandonados frente a la casa por Elisabeth, tras fugarse de casa.