«Habían pintado a Zapatero como el caballero sin miedo y sin tacha, una especie de Saint Just de los derechos civiles, y ahora vienen a saber que también él ha acabado en la corte del Cavaliere, admirando las espinas de los cactus y las variedades de su jardín botánico. En el estereotipo maniqueo de una cierta izquierda no hay espacio para las medias tintas: si Zapatero es santo, también la Certosa debe convertirse en catedral; si Berlusconi es el diablo, también Zapatero debe haberse corrompido».