domingo, enero 19, 2025
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Los Juegos Olímpicos de 1992, el impulso que cambió una ciudad

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Desde que el 17 de octubre de 1986 el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch, proclamó la frase de «à la ville de… Barcelona», la ciudad emprendió un camino hacia la celebración de los Juegos de 1992 que la cambiaría para siempre.

Con la adjudicación de los Juegos, tras tres intentos frustrados en 1924, 1936 y 1972, Barcelona experimentó un cambio urbanístico, cultural y social en toda su extensión.

Barcelona vivió modificaciones de gran calado.

Infraestructuras como el aeropuerto de El Prat se ampliaron, dando lugar a la creación de dos terminales más para poder acoger el volumen de asistentes que visitaron la urbe por el acontecimiento olímpico.

La construcción del Puerto Olímpico para albergar las embarcaciones deportivas de los Juegos, una obra conjunta de los arquitectos Oriol Bohigas, Josep Martorell, David Mackay y Albert Puigdomènech y del ingeniero Joan Ramon de Clascà, abrió la ciudad al mar.

La Villa Olímpica, que alojó a unos 15.000 deportistas, se construyó en el barrio del Poblenou, uno de los más degradados de la ciudad, que se reinventó para darle una imagen moderna y adecuada al movimiento olímpico.

Y si Barcelona se abrió al mar por su zona baja, la parte alta también vivió una gran transformación, que recibió el nombre de Anilla Olímpica. La montaña de Montjuïc vio como se remodeló el Estadio Olímpico Lluís Companys, con capacidad para 55.000 espectadores y, junto a él nuevas instalaciones como las piscinas Picornell o el Palau Sant Jordi, todos ellos indispensables para la celebración de los eventos deportivos.

Todas estas nuevas infraestructuras del urbanismo barcelonés aún perduran en su horizonte, por lo que el olimpismo fue el pretexto ideal para modernizar una ciudad que tan sólo necesitaba un impulso como éste para crecer.

Pero no sólo se produjeron cambios urbanísticos o estructurales, los barceloneses vivieron momentos de gran solidaridad y protagonismo gracias a la participación ciudadana, que acumuló registros excelentes, en lo que ha sido denominado como el espíritu olímpico, que abundó por aquellas fechas.

La acción de los voluntarios fue tan espectacular que, al acabar los juegos, el propio Samaranch proclamó que su trabajo «fue la clave del éxito».

Una vez acabados los juegos, el Ayuntamiento de Barcelona bautizó una plaza de la Villa Olímpica con el nombre de la Plaza de los Voluntarios, en honor a la entrega de los barceloneses en proyectar la ciudad al resto del mundo.

En este ímpetu ciudadano, bien respaldado por instituciones y sociedad civil, Barcelona transmitió a todo el planeta – se calcula que la ceremonia de inauguración fue seguida en televisión por 2.000 millones de personas- una imagen de modernidad, dinamismo, y eficiencia.

Además, 1992 fue un año histórico con mayúsculas para España, ya que a los Juegos Olímpicos se le añadió la celebración de la Exposición Universal en Sevilla y el quinto centenario del descubrimiento de América, un escaparate al mundo del que se sacó el máximo rendimiento.

Barcelona también será recordada a nivel deportivo por los Juegos que encumbraron el ‘Dream Team’ de Michael Jordan y ‘Magic’ Johnson, y a nivel nacional supusieron la mejor cosecha de medallas para España en toda la historia (22), hecho comprensible al jugar en casa y participar en todas las competiciones como anfitrión.

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