lunes, diciembre 23, 2024
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Tras dos años casado, los franceses ven que Sarkozy ama más al poder que a Carla

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La primera dama francesa tendrá que esperar a que él tome la decisión y seguir, mientras tanto, ejerciendo de «presidenta», algo que se le está dando mejor de lo que pensaban quienes auguraban que el Elíseo se vería rodeado de escándalos con su llegada. Prudente, elegante y en un discreto segundo plano, la mujer del presidente francés se ha ganado el respeto de todos y en este último año ha aprovechado su posición y apellido para desarrollar una nueva labor, la humanitaria, en calidad de embajadora del Fondo Mundial contra el Sida.

De hecho, acaba de regresar de Benin donde en compañía de Belinda Gates, la esposa del fundador de Microsoft, Bill Gates y copresidenta de la Gates Fundation, ha revisado los proyectos que sus respectivas asociaciones llevan a cabo en ese país. Y para realizar ese viaje ha tenido que ausentarse de la habitual cena de la moda que, cada año, se realiza al término de los desfiles de alta costura y no ha podido acompañar a su marido en su 55 cumpleaños.

En estos dos últimos años, Carla Bruni-Sarkozy, de 42 años, ha podido desprenderse un poco más de la aureola de frivolidad que le rodea y ha estado a la altura, aunque a veces haya tenido que renunciar a algunas cosas o no haya podido evitar «ofenderse». Eso fue lo que ocurrió el pasado fin de semana cuando un periodista le preguntó sobre el escándalo «Clearstream» por el que fue procesado el ex primer ministro francés y rival político de Sarkozy, Dominique de Villepin.

«No me interesa nada (…) Me siento un poco secuestrada sobre este asunto», respondió. También le ha hecho sentirse incómoda una de las canciones del próximo Festival de Sanremo que se refiere a ella y a su marido de forma irónica y por la que ha decidido cancelar su participación en el popular certamen. «Pero menos mal que existe Carla Bruni. Somos así. Sarkono, Sarkosi…si se habla de ti, el problema no existe», dice la letra de la canción, que no le habría gustado.

Son gajes de un oficio que, según el citado sondeo de Ipsos publicado por la revista «Point de vue», Carla Bruni está haciendo bien, en su justa medida. De hecho, un 66 por ciento de los encuestados cree que no debería ser más visible como primera dama y sólo un 25 por ciento opina que ejerce influencia en las decisiones políticas de su marido, frente a un 30 por ciento que considera lo contrario.

Ella dijo el pasado noviembre que, como en cualquier pareja, «cada uno tiene una influencia personal sobre el otro», pero acto seguido puntualizó que no tiene ninguna influencia política sobre Sarkozy. «¡Afortunadamente, si no sería un infierno!», agregó. La mayoría aprueba también su independencia y su libertad a la hora de elegir su trabajo fuera del Elíseo, cumpliendo al mismo tiempo con sus obligaciones de representación en el exterior.

Nadie le impone ni le prohíbe nada, según la primera dama, quien se ha tomado la libertad, por ejemplo, de subirse a un escenario en Nueva York para participar en el homenaje que se rindió al líder sudafricano Nelson Mandela, con motivo de su 91 cumpleaños. Este año es muy posible que, a su faceta musical y humanitaria, añada la cinematográfica y se ponga a las órdenes del director estadounidense Woody Allen, en un papel que todavía no se ha concretado, pero al que ya ha hado el «sí».

El papel que tiene pendiente es el de volver a ser madre, un deseo que nunca ocultó y que está dispuesta a materializar, en caso de que no consiga quedarse embarazada, a través de la adopción.

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