Tronaba en el hemiciclo vasco el pacto del PSOE con el PNV para la transferencia de las políticas activas de empleo, un nudo gordiano entre los gobiernos central y vasco durante las casi tres décadas de gobiernos nacionalistas, en un tira y afloja para reclamar políticas que suponían la ruptura de la caja única de la Seguridad Social. El pacto «histórico» entre el PSOE y el PNV con el que saludaban la jornada los primeros titulares de la prensa vasca y nacional, y que salva los presupuestos de Zapatero, caía de lleno en la sesión plenaria de la Cámara y deslucía el liderazgo del lehendakari. Los observadores se mostraban atentos al discurso de Patxi López, a cómo encajaba el envite.
Era el primer pleno de política general del lehendakari López a los 16 meses de entrar en Ajuriaenea, y se enfrentaba a un galimatías político. Su oposición en el Parlamento (PNV) había salvado la estabilidad del «compañero» Zapatero, y tenía que lidiar la importancia simbólica del acuerdo sin acusar su liderazgo. Por lo bajines, los líderes nacionalistas expresaban su primacía y esbozaban la sonrisa. El portavoz del PNV no perdió oportunidad: «¿Qué credibilidad tiene (Patxi López) en materia de autogobierno?, ironizaba después.
López dió aposta un pase largo al pacto PSOE-PNV, por el que asumirá la transferencia que eleva considerablemente la cifra acordada -y retrasada por el PNV- entre los Gobiernos vasco y central. Su discurso fue el obvio: satisfacción por el acuerdo y por la «vuelta» del PNV al Estatuto de Gernika, donde ambos pueden «encontrarse» y llegar a acuerdos. «Créanme que me alegro, llegó a decir ante las miradas malignas; y emplazó al nacionalismo : «El autogobierno no se hace contra nadie, sino a favor de todos».
Luego navegó por las iniciativas contra la crisis, su mejor perfil ante el más rabioso escepticismo sobre la gestión del nuevo Ejecutivo, propagada por sus antecesores. Expuso sus políticas en I+D, en comunicaciones, y defendió abiertamente un profundo debate fiscal sobre la ecuación «qué servicios queremos/ qué impuestos queremos». Y las cifras: El escaso millón de cotizantes a la Seguridad social y el medio millón de pensionistas. Volvía de soslayo sobre la Caja única, sobre el pacto. El saldo de lo que aportamos los vascos -decía- es ya negativo en este año. Menos mal que la Caja sigue siendo única para todos los españoles. El Diputado de Vizcaya protestaba en el escaño: no se puede hacer la cuenta en un sólo año, sino en toda la vida laboral.
Patxi López siguió viajando por la incipiente recuperación vasca -todos los indicadores así lo constatan- y el aumento espectacular de las cifras de turismo, con las que quería arrumbar los viejos clichés. Exportando Euskadi: desde Sao Paolo a Shangai, a donde irá en unas horas con un grupo de empresarios. Y quiso quitarse la espina: «Era falso que España iba mal pero Euskadi, no; que éramos una isla a salvo de la tormenta. No se dijo la verdad; se siguió gastando hasta el último minuto. Ni las hormigas eran tan hormigas -como presumía Ibarretxe- ni las cigarras, tanto».
Pero sabía que el valor del nuevo Gobierno, apoyado por el PP, reside en la normalizada alternancia; en la política de tolerancia cero contra el terrorismo. Pidió a todos firmeza en el compromiso con la legalidad, cuando suenan tintines que acerca del fin de ETA. Aunque volvió al pragmatismo, al de las cifras, como las de una población que no crece, y cuyos jóvenes se van. «Quiero decirles que su futuro se llama Euskadi». Le faltó decir que los necesitamos; que vuelvan aquí.