Es obligación del buen gobernante alcanzar el equilibrio que se adjudica a los triángulos equiláteros. Podemos adjudicar a cada uno de los lados un papel. El primero sería el país sobre el que se ejerce la acción de gobierno; otro, el propio Gobierno; y el tercero, el partido que sustenta la acción del Ejecutivo. En la medida que el líder logre mantener el equilibrio del gran polígono que es la gobernanza de un Estado, estaremos en manos de un buen gobernante. Los problemas comienzan cuando el equilátero se convierte en isósceles -polígono con dos lados iguales y uno desigual- o incluso en escaleno, donde ninguno mide lo mismo.
Aplicado este principio a la política de los últimos siete años, se puede afirmar que durante bastante tiempo el presidente Zapatero logró que su acción de gobierno recordara a esos triángulos perfectos, al conseguir un equilibrio entre los intereses de España, su acción de gobierno y el programa electoral con el que los socialistas acudieron a las elecciones. Ésa fue, quizá, una de las claves que le permitieron revalidar su triunfo electoral en 2008. Iniciada la segunda legislatura, comenzó una seria complicación como consecuencia de una crisis económica mundial sin precedentes. La negativa del presidente a reconocer desde el primer minuto la gravedad de la coyuntura fue interpretada por sus adversarios como una grave irresponsabilidad motivada exclusivamente por anteponer los intereses partidistas a los de España. Quedaba inaugurado de esa forma el conflicto entre los intereses generales del país, la acción del Gobierno y los intereses del partido que lo sustenta.
Bajo el fuego de una brutalidad inusitada por parte de sus detractores, el presidente ha tenido serias dificultades para explicar que sus negativas estuvieron motivadas, precisamente, en evitar que España cayera en una depresión anticipada y ganar así un tiempo precioso para prepararse ante lo que se venía encima. ¿Acertó o no? Nos adentramos en el terreno de las valoraciones, y además ya nunca lo sabremos. Hoy estamos en una situación ciertamente delicada, aunque los síntomas de recuperación, consecuencia de las reformas introducidas, comienzan a ser perceptibles.
Metidos en harina, de pronto surgió una evidente contradicción entre la acción del Gobierno -concretada en la ya famosa frase del presidente en sede parlamentaria: “Haré lo que tenga que hacer cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”- y los intereses electorales inmediatos del PSOE. El partido afronta en mayo unas elecciones municipales y autonómicas cruciales. Diversos dirigentes socialistas, concernidos por las urgencias de los comicios, han encontrado la curación de sus presuntos males en la exigencia reiterada al presidente para que adelante su decisión sobre su concurrencia como cabeza del cartel socialista en las elecciones generales de 2012. La mítica piedra filosofal que convertiría en rojos los votos azules.
Y a eso se han dedicado con entusiasmo, en lugar de dedicar la misma efusividad y convicción para explicar a los ciudadanos, puerta a puerta, las duras medidas adoptadas y, sobre todo, lo bueno de la gestión desarrollada en los respectivos territorios y los retos con los que pretenden ganar la confianza de sus electores.
Los medios de comunicación han encontrado en este debate una fuente inagotable de informaciones y opiniones que han relegado a un plano irrelevante la información sobre la acción de Gobierno. Asistimos por tanto a un grave fracaso de la estrategia de comunicación del partido socialista. Mi opinión es que el problema ha radicado más en el partido que en el Gobierno, porque el presidente ha reiterado una respuesta de manual y no por ello menos coherente: “Mi preocupación no es electoral, mi dedicación es plena a las tareas de gobierno y a sacar a nuestro país de la crisis”.
La pregunta surge de inmediato: ¿Es compatible una acción de Gobierno como la actual con la recuperación electoral del PSOE? Y una más: ¿Un anticipo por parte del presidente sobre su decisión contribuiría a la recuperación electoral inmediata de los socialistas? A la primera pregunta, mi opinión es que muy probablemente el PSOE no vaya a recuperarse para las elecciones de mayo. Otra cosa son las generales de 2012. En relación con la segunda cuestión, mi respuesta es no. Cualquier adelanto por parte del presidente no sólo perjudicaría electoralmente al PSOE, sino que liquidaría la legislatura. ¿O es que alguien se cree que si Zapatero anuncia este mes su retirada se va a producir de inmediato un despegue electoral? ¿No será más lógico pensar que, ante un anuncio de esa magnitud, el PP y su corte mediática den por finalizado el encuentro y clamen por un adelanto electoral? ¿No centraría el debate para lo que queda de legislatura en quién será el sucesor y el procedimiento para su elección?
La única oportunidad que le queda al PSOE es asumir el reto electoral siendo encabezados por aquél que les llevó a ganar en el 2004, que revalidó el triunfo en 2008 y que ha protagonizado un giro profundo en su política a lo largo de esta legislatura. Sólo Zapatero puede, y debe, explicar a la ciudadanía el por qué de las cosas. Sólo él puede pedir disculpas por los errores, y sólo él debe afrontar el riesgo de la derrota si ésta llegara a producirse. Los ciudadanos se merecen la posibilidad de confrontar un modelo comprometido con España frente a un modelo desleal cuyo único objetivo es dejar pasar el tiempo. El cuerpo a cuerpo entre Zapatero y Rajoy es la mejor baza electoral que le queda al PSOE. Lo demás será la búsqueda de atajos que, también en política, suelen llevar de cabeza al abismo.