Para otros, era la voz crítica que hubieran querido propagar, pese a que la posición de su partido (el PP) fuera nítida a favor de la participación española en la guerra de Libia. Algunos parecieron decirle con su cara: “Dale”. Tenían en su recuerdo su áspera oposición a la política del Gobierno de Aznar con la guerra de Irak.
Con su camiseta de “No a la guerra”, el diputado de IU reclamaba coherencia a Zapatero: “Quién le ha visto y quién le ve”, le inquiría, mientras se levantaban algunos coros en las tribunas populares: “Ahí, ahí”. Era después de que su líder, Mariano Rajoy, pronunciara un exquisito discurso para no descentrar el tema. No sucumbió a la tentación.
El Congreso salvó la dignidad del debate al sacarlo de las petroleras y de los intereses de los países, tan aludidos por quienes se oponen a la intervención aliada. Y el ambiente se dotó de la solemnidad de las grandes ocasiones, al comienzo y al final, durante la votación. Las “sólidas razones morales “ de las que habló Rajoy, no dejaron lugar a dudas, o la lección de Rosa Díez: “Europa no es sólo la de los mercaderes, sino un espacio que compromete la defensa de los Derechos Humanos”. El presidente Zapatero se empleó en el argumento de la protección de la ciudadanía libia, atacada por el ejército de Gadafi con armas de guerra. Además, como resaltó a la perfección Duran y Lleida “si antes no se ha producido (la intervención aliada) fue precisamente por intereses económicos”. En todo caso, dijo, habíamos llegado tarde.
Porque mientras discurría el debate en el Congreso, las agencias transmitían las nuevas cifras de 40 muertos de civiles en Misrata, atacados por el ejército de Gadafi. No. No era el día para hablar de Irak. Ni de los agravios por las descalificaciones, por el bombardeo del “no a la guerra”, o los gritos de “asesino” al presidente Aznar, ni tampoco de insistir reiteradamente –como se hizo por parte del Gobierno- en que ésta sí, era una “intervención justa” frente a la “guerra” ilegal, por supuesto, de Irak.
Con las palabras, Zapatero hizo un poco como con la crisis, cuando ya estaba: Evitar la palabra guerra. Era, según reiteró con vehemencia, una acción “limitada”, mientras Rajoy mencionó la acción de guerra con toda intención. El debate soslayó la dialéctica y primó el compromiso de España con los libios que aspiran a la democracia.
Llamazares se convirtió en el protagonista, ese que decía lo que otros hubieran querido pronunciar. Todo lo empleó en la acción diplomática para frenar al tirano, como si fuera suficiente para evitar la masacre. Pero quizá no estaba tan sólo como quedó en la votación. Porque cuando le reprochó a Zapatero que los presidentes (de España) quieren “pasar a la historia” (yendo a la guerra) en vez de escuchar a su pueblo, un sudor frío recorrió los escaños. Puede ser cierto, aunque para eso está la política: a veces, el pueblo llano prefiere mirar a otro lado en vez de meterse en líos.