En estos últimos días se ha hablado mucho, y con toda razón, acerca de la repercusión que la obra de Steve Jobs ha tenido en sectores tan diversos como la industria del cine, la música, la edición o, por supuesto, la tecnología. Nada se ha dicho, sin embargo, de la poderosa capacidad de transformación que le ha ofrecido al mundo de la educación. Algo sorprendente ya que, si algo se puede afirmar de Jobs, es que ha cambiado para siempre la forma en la que el mundo aprende.
La influencia de su creación se proyecta en varias dimensiones.
En primer lugar los ingenios de Jobs han alterado profundamente los hábitos de consumo, ocio, entretenimiento, socialización y lo que es más importante, de comunicación, de los jóvenes en el mundo entero. No debemos olvidar que la educación es un proceso en el que alumnos y profesores deben compartir idénticos códigos y canales de comunicación. Steve Jobs preparó el escenario sobre el que construir la sociedad del aprendizaje, poniendo en el centro de su tecnología al usuario al que dotó de la capacidad para interactuar de forma libre, autónoma e instantánea en entornos complejos. Por estas razones, la educación se enfrenta hoy, para ser eficaz, a la necesidad de poner en el centro del modelo docente al alumno, ofreciéndole su propiedad así como la responsabilidad de participar en la creación de su proceso personal de aprendizaje. En el acceso inmediato al conocimiento, ha desaparecido definitivamente la intermediación. Y los jóvenes, con una identidad y características de aprendizaje diferentes, constituyen, la más poderosa fuerza de cambio social de nuestro tiempo.
La buena noticia es que, esa tecnología que ha transformado a nuestros alumnos, nos ofrece también la oportunidad de construir un modelo educativo mucho más relevante, eficaz y motivador para ellos. Después de Gutenberg la educación no podía volver a ser igual. Después de Jobs, tampoco debería volver a serlo.
El uso de iPads, iPhones o iPods en las aulas nos abre a tantas posibilidades docentes que sólo la falta de imaginación podría limitarlas. En el mundo entero se multiplican las experiencias concretas de su uso para el aprendizaje de la lengua, la música, la escritura, la lectura o las matemáticas. Para el desarrollo de las artes o de complejos proyectos de investigación. De forma autónoma, y además eficiente. No olvidemos que la mayoría de los jóvenes disponen en su bolsillo de la tecnología necesaria y que son ya miles las aplicaciones que sirven a objetivos pedagógicos, y que pueden descargarse gratuitamente.
Se trata además de una magnífica oportunidad para personalizar en cada alumno el proceso educativo, adecuándolo a su estilo y ritmo de aprendizaje, y mejorando así su experiencia. Es el momento de abandonar el modelo docente tradicional, unidireccional y “standard” que no responde a los nuevos hábitos de comunicación y consumo de una generación diferente de jóvenes.
Una generación que ha crecido con las maravillas del mago y maestro Jobs y para la que representa su mejor icono: ejemplo de búsqueda de la excelencia, del desarrollo de la creatividad y de la imaginación, del afán personal de superación, de la tenacidad y del esfuerzo. Una generación que hoy llora su pérdida.
Mi hijo de 16 años me llamó a las 3 de la madrugada desde EEUU. Estaba triste. En su iPhone leía que Jobs había muerto.
Nieves Segovia