El camino que ha llevado a Mariano Rajoy a la Moncloa no ha estado exento de dificultades externas e internas. Más azarosas han sido estas últimas pues, durante un tiempo, le llegaron a silbar las balas por el oído siendo lo más preocupante del caso que el fuego era amigo. No han sido muchos, pero sí un grupo minúsculo, aunque significativo, quienes esperaban un “milagro” de última hora para que Rajoy no ganara con la mayoría absoluta que los españoles le otorgaron el domingo.
Los resultados electorales, como es obvio, no solo le da el derecho de alquiler del palacio de la Moncloa, también el control total de su partido, algo que, como bien saben en Génova no es el del agrado de alguna lideresa.
El caso es que Mariano Rajoy va a gozar dentro del PP de la oportunidad de quitarse de encima a los aprovechados y, especialmente, a aquellos que con sordina pedían su cabeza o les reventaban actos significativos, por poner un ejemplo.
Y con las mismas, también va a tener oportunidad de reconocer, que no premiar, a quienes no se han movido de su lado ni han echado cuerpo a tierra para cubrirse de ese fuego amigo. Uno de esos colaboradores directos que Rajoy ha tenido en los últimos años, ha sido el responsable de Política Exterior del PP, Jorge Moragas. En las últimas semanas algunas quinielas lo colocaban en el Gobierno y otras en su entorno como alto cargo en Presidencia.
Esté o no en la primera línea del Gobierno, de lo que no cabe duda es de que tendrá el reconocimiento por haber sido parte de la sombra de Rajoy en momentos aciagos y de soledad como los que vivió el presidente electo hace cuatro años.
Dedicado a marcar la pauta de la política exterior del PP, Moragas también supo, como buen diplomático, recomponer las relaciones con el Gobierno de Zapatero, especialmente en la etapa de Trinidad Jiménez.
Un trabajo poco visible para los ciudadanos pero muy reconocido por Rajoy.
Lo nombre o no ministro, es parte de su sombra y parte de su éxito.