La diabetes mellitus se considera actualmente uno de los problemas principales de salud a escala mundial. Se caracteriza por un déficit absoluto o relativo de la hormona insulina, originando hiperglucemia, es decir, concentraciones excesivas de glucosa en sangre, dando lugar cuando la situación es mantenida a alteraciones de los nervios y de los vasos sanguíneos. Este tipo de diabetes aunque tiene un componente genético, los factores ambientales (obesidad y falta de actividad física) son fundamentales en su desarrollo. De hecho, la modificación del estilo de vida es el pilar fundamental tanto de la prevención como de su tratamiento. Los aumentos más espectaculares de diabetes tipo 2 se están dando en sociedades en las que la dieta ha sufrido grandes cambios y además ha disminuido la actividad física y han aumentado los casos de sobrepeso y obesidad. Las nuevas dietas suelen ser más energéticas, ricas en ácidos grasos saturados y carentes de fibra dietética.
Esto no es nada novedoso, las primeras descripciones de la asociación existente entre la Alimentación Mediterránea, la hipertensión arterial y la dislipemia datan de la década de los 20 del siglo pasado.
Existen datos convincentes que indican que los ácidos grasos saturados aumentan el riesgo de diabetes tipo 2 y que la actividad física y la fibra dietética tienen un efecto protector.
El aumento de la actividad física reduce el riesgo de padecer diabetes tipo 2, de manera independiente a los efectos sobre el peso y la adiposidad. El ejercicio mejora la sensibilidad a la insulina e incrementa la captación de glucosa por el músculo.
La fibra alimentaria tiene un efecto protector que es independiente de la edad, el índice de masa corporal y de actividad física. Una alta ingesta de fibra tiene como resultado una menor concentración de glucosa e insulina en la sangre de las personas con intolerancia a la glucosa y diabetes tipo 2, por tanto establezcamos dietas ricas en cereales integrales, verduras y frutas.
Si bien se sugiere que la ingesta de ácidos grasos saturados y trans se relaciona con un alto riesgo de desarrollar resistencia a la insulina y diabetes tipo 2, también se sugiere que precisamente la ingesta de ácidos grasos mono y poliinsaturados (aceite de oliva virgen, frutos secos) protege de esta condición.
Recientemente se han realizado pruebas utilizando tres intervenciones nutricionales no restrictivas en calorías, incluyendo la Alimentación Mediterránea enriquecida con aceite de oliva, Alimentación Mediterránea enriquecida con nueces mixtas y una dieta baja en grasa, realizando las pruebas en distintos centros médicos de España. Tras las evaluaciones se identificó que la Alimentación Mediterránea sin restricciones en calorías resulta efectiva para prevenir la diabetes tipo 2 en personas con alto riesgo cardiovascular. Participaron de esta experiencia alrededor de siete mil pacientes.
Los pacientes fueron asignados a tres grupos de forma aleatoria: un grupo de control que solo recibió educación sobre la dieta baja en grasas, otro grupo que recibió una Alimentación Mediterránea suplementada con al menos un litro de aceite de oliva por semana, y un tercer grupo que agregó a su dieta un promedio de 30 gramos diarios de nueces. No se establecieron límites en el consumo de la dieta y tampoco se entregaron consejos sobre la actividad física.
Tras un seguimiento de cuatro años, se identificó una incidencia de diabetes del 10,1% en el grupo que utilizó aceite de oliva, 11% en el grupo que complementó su dieta con nueces y 17,9% en el grupo de control. Se identificó en todos los estudios que el aumento en la adherencia a la Alimentación Mediterránea estuvo inversamente asociado a la incidencia de la diabetes. Además se destaca que la reducción de la diabetes ocurrió sin que se perciban cambios significativos en el peso corporal y no estuvo a asociado a una mayor actividad física.
Por tanto, Alimentación Mediterránea y ejercicio físico.